Acabamos de registrarnos en un hotel.
El recepcionista ha fotocopiado nuestra identificación, y nos ha solicitado un
teléfono de contacto. Ya estamos dormidos cuando suena nuestro teléfono movil.
Al otro lado, una voz que no conocemos, pero que al parecer lo sabe todo sobre
nosotros. A partir de aquí, podemos entrar en una pesadilla. Nos informan de
que han secuestrado a un familiar nuestro o, al contrario, informan a un
familiar de que nosotros somos los secuestrados. No hacen falta armas, ni tan
siquiera presencia física de nuestros captores, sino tan sólo información que
nosotros consideremos veraz.
Esto le sucedió al grupo vasco
Delorean, en su visita a México. Una llamada, identificándose como Los Zetas
(el grupo de narcotraficantes más sanguinario del país), les informa de que va
a haber un tiroteo en el hotel, y que no quieren que ellos se vean afectados. A
la vez que les piden el número de su teléfono móvil, diciéndoles que no los
utilicen bajo ningún concepto, les conminan a que adquieran unos nuevos de
prepago con el que se mantendrán el contacto. A partir de aquí se suceden las
llamadas a sus familiares solicitando un rescate, la escenificación del
maltrato, las amenazas de muerte. Este caso tuvo un final feliz, con la
intervención de la policía española.
En la plaza de una ciudad holandesa
se instala una carpa. En el exterior una persona invita a quién, de forma
gratuita, quiera que un presunto vidente que se encuentra en el interior les
prediga el futuro. Como garantía de sus dotes adivinatorias, previamente les
dirá algunos datos de su vida. Para ello es requisito que el candidato a
utilizar el servicio, les facilite sus datos de identificación, ello tan sólo,
manifiesta, para firmar que está conforme en participar en la experiencia.
Cuando accede al exterior, el vidente, con largos vestidos blancos, se sienta
frente a él, mesa por medio. Y acierta. Van apareciendo caractericticas de sus
amigos, desengaños amorosos, proyectos laborales, relaciones clandestinas, incluso
los números de su cuenta corriente personal o sus claves de acceso a distintas
webs. Cuando el asombro de la “victima” alcanza la incomodidad, se abre el
telón. En una oculta sala contigua de la carpa, varias personas bucean detrás
de ordenadores.
Los datos de identificación de cada
persona, son una fuente inagotable de información. Probemos a colocar nuestro
nombre personal en google. En la mayor parte de los casos nos ofrecerá
información sobre notificaciones de sanciones de tráfico, asistencia a los
actos de un colegio, participación en una competición, y así una casuística
ilimitada. Normalmente los primeros lugares vienen copados por empresas que
ofrecen información de la persona buscada. Con extrema facilidad aparecerán
nuestro domicilio, teléfono. Y, en los frecuentes casos de error, datos que
nunca querríamos que vieren otras personas.
Todos nuestros accesos a páginas de
internet quedan registrados por el número IP que cada ordenador lleva. La
información que enviamos Al ciberespacio, por ejemplo nuestra presencia en las
redes sociales, las compras de viajes, reservas de hoteles, jamás se borra.
Simplemente queda oculta a nuestros ojos, en una nube cada vez más densa. Los
recientes casos de espionaje aparecidos en los medios de comunicación muestran
algo más inquietante todavía que la mera vigilancia que se ejerce sobre
nosotros, y es la capacidad de procesar y relacionar los datos. Tradicionalmente
la información de las personas se depositaba en registros públicos,
ayuntamientos o parroquias, pero la capacidad de relacionarlos y ordenarlos ha sido una labor
compleja, y solamente a disposición de muy pocas personas. Hoy esta posibilidad
se ha simplificado hasta extremos inquietantes.
El mismo día Juan recibió dos
mensajes en su correo electrónico. En uno de ellos, le citaban para tres
entrevistas de trabajo, citando el lugar y fecha. Ninguno de los tres era
correspondía a su preparación anterior, ni siquiera a actividades que le
pudieran resultar atractivas, pero las consecuencias de la inasistencia podían
ser graves. En el otro correo, también se le citaba en un hospital. Quedó
aterrado al saber que podía ser portador de una enfermedad grave, y ello a
pesar de que no había acudido a ningún centro de salud en los últimos años. Al
parecer, la parametrización de los datos que había ido plasmando en los últimos
tiempos en una web de deportes, sus hábitos de consumo, y otros factores que el
escrito no mencionaba, habían desembocado en que se detectara una enfermedad,
de la que él no tenía sintomas. Su preocupación alcanzó el máximo, cuando al
entrar en el centro comercial, no le apareció la publicidad sobre calzado
deportivo y actividades al aire libre, que le asaltaba en los monitores que se
iba encontrando a su paso. Ahora, por primera vez recibía publicidad de unas
pastillas para la ansiedad y depresión, eso si, sin efectos secundarios.
Esta ficción podría estar presente en
un futuro más cercano que lejano. Billones de datos se acumulan en servidores,
esperando su procesamiento, de acuerdo a criterios comerciales o de otro tipo.
Asistimos hoy a una lucha sin cuartel, entre compañías que quieren explotar
estas montañas de información, y asociaciones o entes estatales que intentan
proteger al consumidor. Está en juego una parte muy importante de nuestro
futuro, no tanto la libertad, que ya en cualquier caso estará condicionada,
sino la posibilidad de manipulación de nuestras vidas. Como decía el creador de
facebook, Mark Zuckemberg, “si no quieres que se sepa de tu vida, no la subas a
internet”.