Si la vida bulle, es África. Cuando
cada día es empezar de cero, es África. Cuando el impala distraído, siente su
cuello desgarrado por el gran felino, y se le derrama la vida bajo el inmenso
sol de la sabana. Cuando cerca del fuego abrasador, que emana de una conducción
de gas, una mujer inundada en sudor calienta su comida, mientras sus
harapientos hijos juegan en las tuberías y el padre fuma en la puerta de su
casa de plásticos es África.
Casi un millón de personas vive en
Kibari, un barrio chabolista cerca de Nairobi. Han emigrado del campo, buscando
una vida mejor, como otros millones de animales emigran buscando los tallos
tiernos y el agua. Personas y animales compiten por llevarse algo a la boca y,
quizá, un poco de placer. El león cazador, saciado de la carne del impala, mira
a las hembras de la manada y sus posibles adversarios. Muy cerca, bajo el
abrasador calor de un techo de uralita, dos jóvenes apenas salidos de la niñez
descubren sus cuerpos. En el éxtasis África es el paraíso. No hay hambre, ni
calor, ni moscas, sólo el olor del sexo, y ese otro dulzón cada vez más presente
de animales, basura y hierba.
Anochece en el Serengetti, y la vida
empieza para muchos animales escondidos durante el día. Oportunidades y
peligros, el ciclo de la eterna supervivencia. Los mismos que tendrán esos cuatro
amigos que en un siniestro cruce de autopistas de Johannesburgo, esperan al
confiado conductor para robarle el coche, y quizá la vida.
Mientras tanto el agua sigue rugiendo
como al principio de los tiempos en las Cataratas Victoria, el mar es
inmensamente azul en el Índico, y el desierto grandioso en el Sahara. Belleza y
suciedad, tristeza y alegría. Hoy es un nuevo día en África.
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