El
guardia de seguridad de una de las puertas del Emperors Palace de Johannesburgo
estaba feliz, contaba a todo el que quisiera oírlo que su número de trabajador,
era el mismo que llevó cuando estuvo preso Nelson Mandela, el 46664. El trabajo
de Tony, así decía llamarse, consistía en vigilar unos de los accesos a este casino y emporio del ocio,
autodenominado “Las Vegas de África”, el más grande del continente.
Johannesburgo pasa por ser una de las ciudades más peligrosas del mundo, y el
Complejo Emperors un bunker supervigilado, por lo que Tony no temía quedarse
sin trabajo. El riesgo estaba en las calles, y en su barrio/ciudad de Soweto, y
las peores horas en madrugada, cuando después del trabajo se dirigía a casa, y merodeaban
bandas de atracadores. Ahora cuando ya había pasado bastantes años
del fin del apartheid, vivía en la misma casa,
su familia había crecido, y seguía sin tener dinero, pero se consideraba
un hombre libre. Y ello se lo debía a Mandela.
Michael
también trabaja en el casino. Es uno de los pocos recepcionistas blancos que quedan. Ve el
futuro con escepticismo, y aunque piensa que el régimen del apartheid era
improrrogable, y contrario a la
historia, su situación no ha mejorado. Ahora muchas veces se siente un extraño
en su país, y con la discriminación positiva a favor de los negros en marcha, duda
cuanto tiempo conservará su puesto de trabajo.
Y es
que a Michael, le gusta la historia. Y
en especial la de sus antepasados afrikáners. Siempre con la Biblia y el rifle
en la mano, dispuestos a defenderse y atacar cuando era necesario. Su historia
está plagada de batallas, luchas contra un entorno hostil, y enemigos que
querían ocupar un territorio que consideraban suyo. Cuando finalmente se
decretó el fin del apartheid, pensó que la violencia iba a volver a apoderarse
de su vida, que debían organizarse los blancos para luchar contra los que no
tenían su mismo color. Reconoce que Mandela, evitó un baño de sangre y que,
aunque la situación dista de ser la ideal, al menos tienen su acomodo en
Sudáfrica, el último sitio de África para el blanco.
Y es
que Mandela, premio nobel de la Paz, no dudó en defender la violencia, como una
forma de obtener objetivos políticos. En su famoso alegato de defensa en 1964,
ante el Tribunal que lo condenaría a cadena perpetua decía “Llegue a la
conclusión de que puesto que la violencia en este país era inevitable, sería
poco realista seguir predicando la paz y la no violencia”. Luego matizaba su
discurso, en el sentido de que no iba dirigida contra las personas, sino contra
intereses económicos. Pero también señalaba que su partido “había pasado medio
siglo luchando contra el racismo. Cuando triunfe, no cambiará”.
Lo
que realmente ha hecho a Mandela único en el mundo, y objeto de una generalizada
admiración, es este mantenimiento de los ideales, y la renuncia a la venganza.
Veintisiete años en una prisión, no le dejaron en el alma un poso de amargor, y
un deseo de ajustar cuentas con el pasado. Christo Brand fue su carcelero. Lo
llamaba Sr. Brand, mientras que esté se dirigía a él simplemente como Nelson.
Varios años después de salir de la cárcel, la relación entre ambos continuó. El
antiguo carcelero fue invitado a la tercera boda del ahora Presidente del país,
respondiendo con una invitación a su conocer a su familia, y cuando uno de sus
hijos murió en accidente de tráfico, Mandela acudió personalmente a darle el pésame.
Tampoco
es frecuente encontrar un sentimiento de búsqueda de la concordia, como el de
Mandela. La película de Clint Eastwood, Invictus, narra la historia de cómo en los
Campeonatos del mundo de rugby de 1995 en Sudáfrica el ya presidente de la
nación, unió a las comunidades blanca y negra en torno a su selección nacional,
hasta ese momento reducto de los blancos del país.
Ahora
Sudáfrica se siente huérfana, Tony, Michael, el Sr. Brand han perdido un nexo
de unión con la coherencia. Mandela no ha hecho milagros en la vida de ninguno,
y su día a día es muy parecido al de hace unos años. Los blancos continúan
viviendo en los mejores barrios, y millones de personas de color en los townships, barrios solo para negros. Sigue,
y seguirá habiendo violencia. Pero
todos, blancos y negros, saben que dentro del género humano hay personas digna
de respeto, y quizá se sientan afortunadas porque una de ellas alguna vez formó
parte de sus vidas, e hizo que no entraran en el pozo del odio y la sangre.
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