El apretón de manos de Boris es
fuerte, pero no asfixiante, el grado de presión que denota franqueza, sin caer
en el exceso de un absurdo ego. Este guía del Parque Kruger en Sudáfrica, con el pasaremos un día de safari,
responde a la idea que tenemos forjada del cazador
blanco. Alto, compacto de mandíbula cuadrada y firme barriga.
-
Boris
es un nombre ruso?, preguntamos para romper el hielo.
-
Alemán,
hace varias generaciones que mi familia llegó aquí.
Nos responde, mirándonos con sus ojos azules. Esa mirada, que no está quieta
en ningún momento, es el resultado de sus veinticinco años de guía. Desde el
amanecer, conduce a los turistas, intentando
que fotografíen a los esquivos animales de la sabana africana.
-
También
llevarás a los cazadores?
-
Ya
no, prefiero que los animales sigan vivos.
El Kruger es el mayor parque natural
de Africa, con una distancia entre sus extremos de casi cuatrocientos
Kilómetros. Nos encontramos en el sur, en la parte arbolada, con arbustos,
donde los animales encuentran cobijo, para esconderse, mimetizándose con el
entorno, o acechar a sus presas.
Boris ha conducido el todoterreno a
lo alto de un monte. Mientras divisamos la inmensa sabana, regresa con una
pequeña planta completamente seca.
-
Cuando
termine hoy nuestro safari, estará verde.
Ante nuestra incredulidad, la riega
con unas gotas de agua mineral, y la guarda en el maletero en una bolsa de
plástico.
-
Hoy
podremos ver a los cinco grandes?.
-
Este
es mi compromiso, aunque no os quedéis sólo en eso, mirad toda la vida, aves,
plantas.
Los big five, león, elefante, bufalo, rinoceronte y leopardo, son el
mito de todo cazador. Nos son los animales más “grandes”, sino los más
peligrosos de cazar, aquellos que no te conceden una segunda oportunidad, que
no admiten errores después de atacarlos. El primero en aparecer es el elefante,
inmenso, tranquilo, dedicado a deglutir sus doscientos kilos de hierba diaria. Ha
arrasado los arbustos y pequeños árboles de su entorno, y continua haciéndolo con los que están junto al coche, mientras nos
observa sin interés. En su lomo unos pajaros blancos, los picotean. Ambos se
benefician: mientras unos los desparasitan, los otros les proporcionan
alimento. Muy cerca un grupo de rinocerontes. Con voz muy baja, Boris nos
enseña montañas de excrementos con los que han limitado su territorio. Ello no
los ha librado de ser los más perseguidos de todos por su cuerno, a los que
muchos asiáticos atribuyen propiedades curativas y afrodisiacas. La plaga africana
del furtivismo se ceba especialmente en este animal, erradicado ya de muchos
lugares.
De repente detiene el vehículo, saca
los prismáticos, y señala a la la lejanía.
-
El
leopardo.
Susurra, aunque es imposible que nos pueda oir
a esa distancia. Recostado en una roca, solitario, aparentemente relajado.
Bello e inquietante, lejano.
-
Es
mi preferido. Cada mañana es una oportunidad que empieza. Es como yo.
La imagen del animal le ha animado a
hablarnos de su vida. El coche en el que vamos no es suyo, ni los prismáticos.
Sólo le pertenece lo que lleva encima. Y, en cierta medida, la sabana que es su
pasión. Le gustan los animales, más que las personas. Le gusta la cerveza, y si
alguna vez siente la nostalgia, abre una nueva, y sigue abriendo hasta que
desaparece. Entonces cierra los ojos, y ve a su leopardo.
-
Dentro
de unos años el país será de los negros, son muchos más que nosotros. Ya ha
pasado en Zimbaue.
Sale de su ensoñación, y nos pide
silencio, a pesar de ser el único que habla. Detiene el motor, donde una sombra
se mueve silenciosamente entre los arbustos.
-
Una
leona.
Aparece por el camino, andando
perezosamente, le siguen dos leonas más. Pasan junto al coche, sin importarles nuestra
presencia. Una de ellas se detiene y mira hacia atrás, espera al león. Cuando
llega a su lado restriega su hocico, contra el lomo del de la cabellera, y
ambos siguen juntos.
Emocionados, no dejamos de
fotografiarlos, mientras Boris pone el coche en marcha, y los sigue lentamente.
La manada continua por el camino, enseñando desdeñosamente el trasero a esos estúpidos
e inofensivos humanos, resguardados en sus vehículos. Como llegaron, se
internan en el matorral y los perdemos de vista.
Mientras saboreamos el momento, Boris
ha detenido a otro coche, y en afrikaner, su lengua natal, le cuenta el
hallazgo. Un colega, al que señala donde encontrar los leones.
Absorbiendo las emociones del día,
llegamos al bar de Joao. Un portugués, al que la revolución expulsó de
Mozanbique. Bromea con Boris, mientras nos prepara una hamburguesa de carne de antílope.
-
Cerveza
ahora no, estoy de servicio. Nos dice Boris.
-
Pero
sólo por ahora. Aclara riendo Joao.
Antes de despedirnos nos entrega una
libretita donde, como otros viajeros escribimos las impresiones del día.
-
Es
sólo para el negocio, para enseñarlo a otros viajeros. Las sensaciones las
guardo aquí. Dice y se señala la frente, mientras nos decimos adiós con un
abrazo.
Hace un buen rato que nos hemos
despedido, y hablamos en ese momento de Boris delante de una de esas cervezas
que tanto le gustan, cuando lo vemos aparecer a lo lejos. En la mano trae una
planta, de un verde brillante.
-
Mirad
la transformación. Es la planta seca de esta mañana.
Cuando ya llevaba más de una hora de
carretera a su casa, volvió sobre sus pasos. Algo le faltaba al día, mostrar
el milagro de la renovación, el triunfo
de la vida.
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