El día 27 de agosto el halcón abejero
que había sido anillado con el número
41.504 salió de Alemania. Cuando lleva un mes volando, lo peor del viaje ha
pasado. Atrás quedan los días del interminable desierto del Sahara, y ese
momento en que tras unos fuertes ruidos algunos de sus compañeros de viaje
cayeron al suelo. Tuvo que elevar la altura de vuelo para poder encontrar
temperaturas más frías, luchar contra el cansancio, la sed y el hambre. Ahora,
aunque aún queda lejos, puede sentir el mar del Golfo de Guinea, donde acabará
su viaje.
También el día 27 de agosto, de
madrugada, Theodor V., se despedía de la familia, para ir andando al autobús en
el que haría los primeros dos mil kilómetros de su viaje a Alemania. Acaba de
llamarle desde Berlín su primo Joseph, preocupado por su retraso. Allí, las
cosas están complicadas, pero nada que ver con el lugar donde estuvo hace unos
días. Por el teléfono móvil, que inexplicablemente aún conserva, le va contando
lentamente y sin emoción, a Joseph, su secuestro en Mali. Creyó haber llegado
al final, cuando los tuaregs lo amenazaron con matarlo, pues si no poseía nada
no les servía. Tuvo que entregar el poco dinero que llevaba, y atravesando el
desierto en Argelia vio el infierno. Ahora está escondido en Marruecos, y esta
noche intentará saltar la valla en Melilla, primer paso hacia Europa. Por el
momento todo es un sueño.
Las migraciones en los animales, no
son simples trayectos al azar. Son viajes colectivos que exigen una
inquebrantable voluntad, inserta en el instinto y en los genes de la especie. El
biólogo Hugh Dingle ha señalado algunas características comunes a todas ellas. Son
lineales, exigen una sobrealimentación
previa que compense el fuerte gasto de energía durante el viaje, y sobre todo
un inquebrantable deseo de llegar al final. El viajero no se dejará distraer
por las tentaciones, ni lo frenarán obstáculos que intimidarían a otros animales.
En el horizonte un futuro mejor, que lo justifica.
El halcón abejero número 41.504 siente
que descansará más tarde, que se saciará de comer y que después copulará. Ahora
sólo repite los mismos movimientos mecánicos, el mismo aleteo una y otra vez.
Para Theodor V. todo es peor, porque
puede pensar. Comparte con el ave el instinto genético que lo lleva a la
migración y la firme voluntad de conseguir un objetivo. Donde otros ya habrían
abandonado el sigue. Pero, al contrario del animal, conoce las dificultades y
tiene que luchar contra un factor añadido, la desesperanza. El afán de avanzar de cada día no es ciego, y
los recursos que tiene que poner en juego son mucho mayores. Y lo que es peor,
su objetivo no es ese paraíso en el que podrá saciar el hambre, reproducirse y
criar a su prole, como lo es en el ave. Es algo lleno de incógnitas en las que
prefiere no pensar, y concentrarse en la lucha que tendrá esta noche con la policía
española.
En el mismo momento que el halcón abejero
número 41.504 y Theodor V. intentan acercarse a su destino, millones de grullas
se dirigen al ártico, los ñus azules en Tanzania buscan los tiernos prados en
la última gran migración terrestre el mundo, y las ballenas azules recorren
8.000 kms. en busca de las cálidas aguas del Golfo de México. Migrar está en el
ADN de personas y animales y, algún día, podemos ser nosotros los que lo
hagamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario