No son abundantes los casos de renuncia al cargo, y
mucho menos cuando no existe peligro de que al renunciante quieran desalojarlo.
La coherencia en estos casos queda en segundo lugar, y generalmente sólo cuenta
la defensa de la poltrona. Sumamente raros son las dimisiones en la política.
Ser político en muchos países es una profesión, y dimitir conlleva
quedarse en el paro. Ya dijo Esperanza Aguirre, "En España no dimite
nadie". Generalmente la dimisión viene detrás de una imputación penal, o
tras enfrentamientos con cargos directivos o militantes. Es la última opción,
la que hace que se pierda el coche oficial, la secretaría, la agenda cargada de
eventos y el saludo del portero al entrar al despacho.
Sin embargo hay casos históricos de renuncia al cargo
y sus prebendas por motivos personales. El filósofo griego Diógenes escenifica
el sumun de la renuncia. Recorría con una linterna las calles de Atenas
diciendo: "Busco un hombre", para representar su falta de confianza
en la condición humana. Cuando Alejandro Magno le visitó en el tonel donde
vivía le ofreció lo que deseara a lo que le contestó que se apartará y no le
quitara el sol.
En el mundo del deporte, los entrenadores generalmente
suelen ser cesados, tras resultados negativos. Por eso son anormales los casos
del entrenador del Dinamo Moscú, Sergei Silkin, al renunciar después de tres
derrotas seguidas en el comienzo de la Liga rusa. Seis consecutivas necesitó
Mike D'Antoni para desistir de continuar entrenando a los Knicks de Nueva York,
en la NBA americana. Más excepcional el caso de Guardiola, renunciando al
probablemente mejor equipo del mundo en el cenit de su gloria.
No debe haber resultado fácil para el que se considera
representante de Dios en la tierra renunciar al puesto. Con los dedos de la
mano pueden contarse los papas que en la historia milenaria de la Iglesia han
presentado su renuncia a dirigir la Iglesia. Y es que desde que San Pedro
recibiera directamente de Dios el encargo de edificar la Iglesia, muchos Papas
han considerado que la Iglesia, era su casa. El poder y la consideración
externa es algo connatural a la condición humana, por lo que la renuncia a
ellas por motivos voluntarios y personales no sólo honra al que lo hace, sino
que supone un acto de enfrentamiento a su propia naturaleza.
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