Como cada noche, han sacado las sillas a la calle. Por
primera vez en todo el día hace fresco, y a los dueños de la casa se le han
unido algunos vecinos, de ese pueblo andaluz. Las palabras y las risas empiezan
a fluir solas. Se cuentan las historias del día, el último chisme visto en la
televisión. Las madres siempre hablan sobre sus hijos y la comida de mañana.
Los hombres sobre el partido del domingo y, en voz baja, sobre como se ha
puesto esa joven que ya es mujer. Todos quieren hablar, todos contar lo que han
visto.
Esa misma noche, al otro lado del mundo en Tijuana
(México), en un sórdido local, un joven aspirante a periodista, repasa los
asesinatos el día. Escribe furiosamente en su portátil sobre los cinco cadáveres
que han aparecido con un tiro en la cabeza, al parecer la policía otra vez no
sabe nada. No puede evitar la tentación de mirar de reojo a la puerta, y sabe
que cuando se publique el artículo volverán las amenazas. Vuelve a vencer al
miedo el deseo de contarlo.
Desde niño Enrique Meneses, uno de los principales
fotógrafos de la historia de España, sabía que quería hablar con su cámara. El
28 de agosto de 1947 aún no había cumplido 18 años, y oye por la radio que el
toro Islero ha cogido al torero Manolete en Linares. En Madrid para un taxi, en
la plaza recoge con su cámara este momento histórico y de madrugada
regresa para que sus fotografías cuenten lo que ha visto. Casi cuarenta años después,
con dos canceres a sus espaldas, los pulmones apenas le dejan correr por la
Avenida de los francotiradores de Sarajevo. Cuando la cruza, con las balas
silbando, el dispara con su cámara.
Ver y contar lo que se ha visto. Palabras, imágenes,
letras, todo vale para compartir esa película que es la vida, y que no para de
pasar ante nuestros ojos.