Una monja muy joven mira con cara embelesada al
balcón. Tras el cortinaje rojo, los visillos aún están cerrados, pero acaba de encenderse
la luz de la estancia. A su alrededor miles de personas charlan animadamente, ríen,
y algunos gritan o también miran extasiados. La monja que, considera estar
viviendo un momento histórico, también está feliz por formar parte de este
inmenso gentío que mira en una sola dirección. Aunque soporta el frio y la
lluvia para asistir al nombramiento de un nuevo Papa, difícilmente cabe
imaginarla en la inmensa Plaza de San Pedro del Vaticano vacía.
Camp Nou, instantes previos del Barcelona Milán. Ocho
meses sin trabajo no han impedido que esta víctima de un ERE se encuentre desde
hace una hora en el abarrotado estadio. En la radio que tiene pegada al oído,
suena la llamada a la gesta de una remontada, y no ha querido perderse esta
ocasión histórica. Se produce el éxtasis al saltar los primeros jugadores al
terreno. Todos se levantan, himno y gritos se apoderan del ambiente. Apaga la
radio, y siente como todo ello fluye dentro de él. Si le ofrecieran ser el
único espectador del partido a puerta cerrada, no dudaría en verlo desde el
televisor de casa.
Ocho de la tarde, en el salón del hotel alquilado por
la formación política ya no cabe un alfiler. Dentro de unos minutos hablará el
presidente, y la expectación es máxima. Este alcalde de pueblo pequeño ha
acudido al acto acompañado de su cuñado, también militante que ha pedido la
tarde libre en el trabajo. Ahora está arropado en esta burbuja de multitud. Cuando
acabe el acto, y salga a la calle, no habrán desaparecido las críticas que
viene recibiendo, ni la falta de dinero ni la amenaza cada vez más cercana de
ser acusado de corrupción, pero ahora no. Necesita el bienestar que le
proporcionan estos actos, aunque como cuando acude al spa, desaparezca en poco
tiempo.
Grandes o pequeños espacios, política, deporte,
religión, cualquier excusa vale para introducirnos en la burbuja de la
multitud. Durante un rato los problemas quedan aparcados en estas gigantescas
terapias de grupo. Ya decía Aristóteles que somos más sociales que las abejas,
y hacemos antes la ciudad que nuestra casa, o sea que para aislarnos nos
metemos en una burbuja llena de semejantes, y ahí somos felices.
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