El gin tonic ya no tenía cubitos de hielo. Se lo llevó
maquinalmente a la boca, y una imperceptible mueca de disgusto se dibujó en su
rostro. Y es que lo mejor fueron los
primeros diez minutos. Tras el sorbo inicial la causalidad hizo que pegara a
hebra con su compañera de barra, justo en el momento en que sus dos amigas
habían ido al servicio. Le comentó con total seriedad que era informático, mejor
dicho, propietario de una empresa tecnológica instalada en varios países, el ya
no programaba eso lo dejaba a los ingenieros. Estaba allí por casualidad, en un
momento de respiro de sus frecuentes viajes. La chica se despidió, sólo unos
minutos después de regresar sus amigas, con una amable sonrisa, a la que él
correspondió levantando ligeramente su vaso.
Justo en ese momento, al girarse topó con otra chica
que intentaba infructuosamente llamar la atención del camarero. Se acercó para
decirle que era uno de los propietarios del pub, y que el mismo le pediría la
copa. Fueron unos minutos de cercanía a la oreja de ella, propiciados por el
barullo y el volumen dé la música. No muy conforme con el ofrecimiento, ella
logró por fin cruzar su mirada con la del camarero, y pedir directamente. Hasta
el momento en que ella pago, y se alejó con las copas en la mano, logró colar
una historia sobre la cadena de pubs y discotecas que estaba montando.
Y eso fue todo, el resto un rato hasta que no quedaba
nada sólido en el vaso, y la temperatura del líquido era la ambiental. La única
incidencia, fue la defensa del vaso frente al imbécil del camarero que se lo pretendía
llevar, afortunadamente mantiene un ojo en el vaso, y el otro en escanear el
local.
Ahora hecha un último vistazo al reloj, se ajusta el
cuello de la camisa, levanta la cabeza y sale. Dos calles más allá, siempre
tiene en eso mucho cuidado, está esperándole el ciclomotor. Antes de volver a
casa pasará por la gasolinera a echarle la vuelta de sus últimos diez euros, tras
pagar el gin tonic.
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