La voz de su madre atronaba desde la
cocina. Intentó ignorarla, pero los insultos y su nombre repetido una y otra
vez acabaron sacándolo de la cama.
-
Alfonso
levántate, eres un vago, sal de la pocilga.
No le faltaba razón en calificar así a su
dormitorio. Sus seis metros cuadrados no tenían un centímetro libre.
Las paredes llenas de posters, el suelo de ropa y mil objetos, entre ellos
restos de la cena. Extendió el brazo y encendió el ordenador. Mientras
arrancaba, aprovechó para rascarse el pelo y tomarse los restos de cocacola y pizza.
De ninguna manera saldría afuera. Abrió la persiana lo justo para ver que en el
patio ya era de día. Encendió la luz de la habitación, y con toda la pantalla
ya iluminada empezó a teclear.
“Jimidroid3” y “Madcom” lo saludaron.
No dejaba de sorprenderle que siempre estuvieran conectados. Esos si eran unos
adictos al ordenador y no él. Esa mañana hablarón sobre los nuevos programas, y
sus avances en el juego on line del que era un maestro. Dejó para el final
ocuparse de limpiar la memoria del PC que se agotaba.
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Alfonso,
a comer.
Este era el peor momento del día.
Tendría que salir y enfrentarse a la catarata de recriminaciones de su madre:
que si tenía ya treinta años, que no llegaría a ningún sitio, que lo echaría de
la casa. Si su padre, que en paz descanse, levantara la cabeza. La media hora
de la comida, como había previsto, fue terrible. Su madre compitiendo con las
desgracias que escupían a todo volumen los informativos de la televisión,
mientras a duras penas tragaba las lentejas. Con el postre, abrió la boca por
primera vez y le pidió dinero para tabaco. Tras otros interminables minutos de
insultos, logró salir a la calle con diez euros. Regresó desde el portal, pues
aún llevaba las zapatillas puestas, es que lo había puesto muy nervioso. Menos
mal que en la puerta del bar estaba su amigo Fran charlando con una chavala.
-
Que
pasa tio. Vamos a la casa del David, te vienes?.
-
Claro,
esperadme un momento, hoy invito yo.
Compró tabaco y cocacola con los diez
euros, y trajo de su dormitorio los restos de una botella de ron. David estaba
tumbado en el sofá cuando los tres amigos llamaron a la puerta.
La tarde transcurrió delante del
televisor, apurando el ron y el whisky que sacó el anfitrión. Se despidieron ya
entrada la noche, cuando los padres de David entraron por la puerta.
Al llegar a su casa la madre le dijo
que en la cocina había restos de tortilla. Afortunadamente se
encontraba absorta en un programa con invitados que gritaban,
y no le prestó mucha atención. Volvió al conectarse, y ahora si
estaban allí todos sus amigos del ciberespacio. A las cinco de la madrugada
apagó el ordenador y la luz. Hasta mañana.