Estaba en la cima. Y eso mientras el país se hundía. Pero no tenía la culpa, pensó mientras se deleitaba con un habano, y miraba el mar de un intenso azul que se extendía frente a él. Ya llevaba un mes en aquella villa de la costa azul francesa, y la inquietud de los primeros días se iba diluyendo, entre la fragancia de los pinos y los largos paseos de la mañana junto al acantilado.
El dinero a salvo en una cuenta
suiza. Lo había ido acumulando durante los meses previos al cierre de la
empresa, por el antiguo método de no pagar. Fue más astuto que todos ellos. En
especial se encontraba orgulloso de la maniobra frente a los bancos, que además habían
sido la causa de todos sus males. Ahora se imaginaba al director de su
sucursal, despedido, no era su problema. Cierto que no era igual con algunos
proveedores, y especialmente los trabajadores de toda la vida. Se consoló
pensando que eran daños colaterales, a fin de cuentas era una guerra.
Tenía los ojos cerrados, cuando notó
que el plácido sol de otoño se ocultaba. Al abrirlos algo alteró esa perfecta
mañana. Una pieza fuera de esta nueva vida que había diseñado para su futuro.
Le costó reconocer al director de la sucursal, bastante desmejorado y sin ese
traje del Corte Inglés que siempre llevaba. Sólo oyó los dos primeros disparos.
El sol había desaparecido definitivamente cuando recibió el resto del cargador
y la pistola estrellada contra su cara.
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