- ¡Mierda¡ ¡mierda¡
Ha rebuscado en el bolso y, definitivamente,
se le han olvidado las medias en casa. La situación, realmente es grave, porque
no se podrá poner la falda ultracorta que ha traído. Tampoco le vale la ropa
que lleva puesta. Ni en sueños entraría así a la discoteca.
Sus amigas le dicen que deje de gritar y que
salga ya. El camarero del bar no deja de mirar a la puerta de los servicios,
donde se ha instalado este grupo de adolescentes, esperando que su amiga
cambie la ropa que trae de casa. Una pareja de clientes mayores murmura con
cara de desagrado, mientras su hijo adolescente babea al ver escotes profundos,
faldas que parecen cinturones y ojos con pintura de guerra, negra, morada,
verde. Desde el bar se ve la cola de la discoteca, donde ya los porteros-armario,
vestidos con abrigos negros y pinganillos, van dejando entrar al personal a la disco de
moda.
Por fin ha salido del servicio. Ha decidido
embutirse la falda y buscar unas medias en los grandes almacenes
cercanos. En ese momento, su mirada esquiva a sus amigas, y como un imán es atraída
hacía una apartada mesa.
- ¡ Joder, mi madre¡. No puede ser¡
Le cuesta trabajo reconocer a esa mujer de
mediana edad, con ropa que ni conoce, ni la creería capaz de llevar. Su madre
no la ha visto y ella no sabe lo que hacer. Mientras piensa, repara en que la
acompaña un hombre, que no es su padre, y que ambos se dan la mano por debajo
de la mesa. En ese momento, justo cuando se incorpora levemente para besar a su
pareja, las miradas de madre e hija se cruzan.
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