Un fantasma recorre España: la
participación de la gente en los temas que les afectan. Eso que parece algo
normal estaba lejos de serlo hasta la fecha.
Los años del bienestar fueron los de la
anestesia. El país quedó en manos de políticos profesionalizados, sindicalistas
liberados y toda suerte de gestores recién llegados. Se formó una casta de
dirigentes acomodados, conformistas con el único horizonte de su propia
continuidad, y en demasiadas ocasiones su enriquecimiento personal. Sin
ideologías a la vista y con el pueblo consagrado al consumo, la clase dirigente
se encontró con las manos libres. No sólo encontraron ellos un trabajo, para el
que la mayoría de las veces no estaban cualificados,también se lo
proporcionaron a amigos y familiares y engrosaron sus cuentas personales. El campo de actuación aumentó exponencialmente
con la llegada de autonomías, empresas públicas, representaciones en el
exterior y toda una serie de figuras que no dejaban de engordar un sector que
de público sólo tenía el nombre.
Pero el radical vuelco que dio la
economía acabó generando indignación, y ésta saco la gente a la calle. El 15-M
fue un revulsivo contra toda una clase política que ya no representaba a
aquellos que la habían elegido. La democracia en su formulación actual había
dejado de ser el sistema perfecto. Sin embargo, el eco de las mediáticas acampadas en la Puerta del Sol
y otras plazas se fue extinguiendo, en gran parte porque su base era más un
estado anímico, el descontento, que la formulación de unas líneas de actuación.
Volvieron a salir eslóganes como el del mayo del 68 frances “Seamos realistas,
pidamos lo imposible”. Sus protagonistas, en gran parte, fueron jóvenes que
veían amenazado su futuro, con una gran dosis de idealismo.
Ahora se ha llegado a la siguiente
fase. Los problemas se han incrementado, y afectan a todas la capas de la sociedad.
En la calle se encuentra la pareja que va a ser desahuciada, con el joven licenciado
que reclama su primer empleo, con el jubilado que ha perdido sus ahorros
con las preferentes, y con el despedido después de toda una vida en la misma
empresa, y sin ningún horizonte laboral. El cirujano al que cierran quirófanos,
con el maestro sin plaza y el policía con recortes.
Y ya han empezado a surgir las
primeras formas de canalizar esta indignación. Se recogen miles de firmas para
el tema de los desahucios, las tasas judiciales. Se persigue a los politicos en sus domicilios. Se está utilizando masivamente
la Iniciativa Legislativa Popular, esta figura jurídica recogida en la
Constitución, por el que el ciudadano puede presentar proposiciones de ley, sin
ser representante político, reuniendo determinadas firmas. Son personas que
están dispuestos a que cambie la Ley, y en el sentido que debe hacerlo.
Ha llegado el momento de reinventar
el sistema político actual, y de cambiar a sus actores. En la antigua Grecia,
con poblaciones muy escasas, se encontraron formulas para que el ciudadano
participara en la política. De ello da cuenta el hecho de que de 40.000 ciudadanos
de pleno derecho, 6.000 de ellos participaban en la Asamblea, que se reunía 40
veces al año. Ni el sistema era perfecto, ni
puede extrapolarse a hoy día, pero si hacer reflexionar sobre el hecho de que
es necesario encontrar vías de participación de todos los ciudadano en los
asuntos públicos.
Se ha acabado el tiempo de considerar a la democracia como la concebimos hoy, un sistema inalterable. La gente está más informada que nunca, y reclama participación en los asuntos que les afectan. La búsqueda de los cauces para hacerlo es una tarea que corresponde a todos los que hoy están indignados y quieren participar en el cambio que se avecina.
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