martes, 20 de agosto de 2013

UNA NOCHE EN EL AEROPUERTO DE DUBAI.


 
Son las dos de la mañana en el aeropuerto de Dubái, hora punta. El vuelo procedente de Johannesburgo acaba de tomar tierra. La última visión del avión que tiene el pasajero es la de unas bellas, bellísimas, azafatas que lo despiden sonrientes. Después de ocho horas de vuelo, no se ha movido un pelo de su cuidado peinado, y lucen un intenso rojo en los labios. Parecería que han sido puestas aquí en el último momento, contrastando con viajeros pugnando  por salir, como si quedasen en libertad tras un largo encierro.

La efervescencia del aeropuerto empieza en las propias pistas. Un autobús recorre un mar de obras donde se afanan legiones de obreros, y circulan vehículos en todos los sentidos. Por fin se llega a la terminal, nuevo control de equipajes, pasillos, y … comienza el espectáculo. Se accede a lo que parece un centro comercial en hora punta de ventas navideñas. Todas las marcas de lujo conocidas, y algunas que no lo son están allí. Algunas de existencia difícil de entender. La tienda del champagne Moet Chandom, está atendida por cinco dependientes, y ningún cliente. Resulta difícil ver algún comprador en la de Mont Blanc, aunque pasemos varias veces delante. Dos personas atienden una tienda de venta de vinos a 200 dólares la botella, y en otra encontramos teléfonos móviles de más de 40.000 dólares. Estas boutiques especializadas cuentan con un mínimo porcentaje de visitas  de los miles de asistentes del aeropuerto. Su presencia obedece más a motivos de prestigio de marca que a ventas efectivas.

Quedan ahora siete horas para la salida del siguiente vuelo. El aeropuerto también cuenta con Hoteles para estos casos, a 50 dólares …. la hora. Salgamos a ver Dubái. Nos confirman que para los españoles, entre otras nacionalidades el trámite es fácil.  Vamos. Varios pasillos, un tren interior y un mega ascensor después, llegamos a otra gigantesca sala de control de pasaportes, donde la luz y los cientos de personas que allí se encuentran no hace pensar que han pasado las tres de la madrugada. Emirates sigue la filosofía de que el que paga debe tener un trato preferente. Así, la cola de la Clase Bussines está prácticamente vacía, mientras la Economy tiene proporciones alarmantes. A las cuatro de la madrugada, tras un rato sin movimiento de la cola volvemos sobre nuestros pasos. Todo se encuentra abierto y en efervescencia. ¿Café o cerveza?, nos hacemos la pregunta frente al nuevo modelo de alta gama de BMW que se haya expuesto. Hacemos hora paseando, y nos damos cuenta de que son las cinco y media,  definitivamente: café.  El camarero nos acoge amablemente, y media hora después, ya retiradas las tazas, nos ha traído la cuenta. Dólares, euros, moneda local, pueden pagar como quieran con tal de que se larguen. Un grupo de chinos, cámara en ristre claro, se cruzan con dos árabes de túnica impoluta, que al parecer se han levantado para ver sus negocios, y estos con una pareja enfundada en chillonas camisetas recién adquiridas. Y es que han pasado ya de las seis de la madrugada, es hora de buscar la puerta de embarque. Cuando llegamos han empezado los trámites de embarque, a pesar de que falta más de una hora para la salida del vuelo. Otras flamantes azafatas, con moños imposibles y un violento rojo en los labios examinan los pasaportes. Cuando salimos de este ente con vida propia que es el aeropuerto ya ha amanecido, y la temperatura en el exterior debe ser de cuarenta grados. El autobús atraviesa obras, se cruza con trabajadores y vehículos. Los aviones de Emirates se alinean para en breve conquistar el mundo. Al subir al avión tenemos la sensación de haber vivido un espejismo de una pocas horas. Los cuentos de las mil y una noches en versión petrodólares.


 

viernes, 2 de agosto de 2013

AFRICA




Si la vida bulle, es África. Cuando cada día es empezar de cero, es África. Cuando el impala distraído, siente su cuello desgarrado por el gran felino, y se le derrama la vida bajo el inmenso sol de la sabana. Cuando cerca del fuego abrasador, que emana de una conducción de gas, una mujer inundada en sudor calienta su comida, mientras sus harapientos hijos juegan en las tuberías y el padre fuma en la puerta de su casa de plásticos es África.

Casi un millón de personas vive en Kibari, un barrio chabolista cerca de Nairobi. Han emigrado del campo, buscando una vida mejor, como otros millones de animales emigran buscando los tallos tiernos y el agua. Personas y animales compiten por llevarse algo a la boca y, quizá, un poco de placer. El león cazador, saciado de la carne del impala, mira a las hembras de la manada y sus posibles adversarios. Muy cerca, bajo el abrasador calor de un techo de uralita, dos jóvenes apenas salidos de la niñez descubren sus cuerpos. En el éxtasis África es el paraíso. No hay hambre, ni calor, ni moscas, sólo el olor del sexo, y ese otro dulzón cada vez más presente de animales, basura y hierba.

Anochece en el Serengetti, y la vida empieza para muchos animales escondidos durante el día. Oportunidades y peligros, el ciclo de la eterna supervivencia. Los mismos que tendrán esos cuatro amigos que en un siniestro cruce de autopistas de Johannesburgo, esperan al confiado conductor para robarle el coche, y quizá la vida.

Mientras tanto el agua sigue rugiendo como al principio de los tiempos en las Cataratas Victoria, el mar es inmensamente azul en el Índico, y el desierto grandioso en el Sahara. Belleza y suciedad, tristeza y alegría. Hoy es un nuevo día en África.