domingo, 15 de diciembre de 2013

EL DESTINO


 
El verano del 63 fue mágico. Parecía que iba a ser uno más en que los  días se sucedían iguales. Las mañanas en la playa, dejando transcurrir el tiempo hasta el almuerzo. Y mientras los padres dormían una siesta arrullados por las cigarras, él vivía las historias que otros habían plasmado en los libros. Su imaginación iba volando hasta que la tarde declinaba, y los fuertes olores de las flores le hacían salir con los amigos. Y precisamente una noche fue cuando la vio por primera vez. Había vuelto al pueblo, después de muchos años desde que su familia emigrara a Francia. Al principio no la reconoció, era imposible que aquella mocosa, a la que apenas cinco años atrás sólo pensaba en molestar, se hubiera convertido en esta esplendida mujer. La curiosidad inicial se convirtió en atracción sólo al mirarse. Luego vino el mar. Entonces la playa estaba igual que en el principio de los tiempos, sólo agua, tierra reseca, y arena sobre la que batían las olas. Nada más. A las cuatro de la tarde, mientras todos dormían, ellos eran los únicos espectadores de este mundo virgen. Le contaba a ella las historias de sus libros, sus proyectos de futuro. El tiempo detenido se reanudaba con la llegada de los primeros bañistas. Niños vigilados por padres que habían esperado dos horas después de la comida, y ahora se lanzaban al agua.
-        Mañana nos vamos. Mi abuela se ha puesto enferma.
Desde esas palabras pasaron veinte años hasta volver a verla. Sucedió en un hospital de Turquia. Recordaba que su primera sensación al recobrar la conciencia, fue haber llegado a la vida que debía existir después de la muerte. No había dolor. Un blanco etéreo lo presidía todo, nubes transparentes, que lentamente empezaron a disiparse, hasta que tomó conciencia de estar en una cama. Miró alrededor y la vio. Cerró los ojos, y al volver a abrirlos se unieron a los de ella. En otra cama, lo miraba como si lo esperara desde hacía tiempo. Los blancos de las paredes fueron cobrando forma, y ahora percibió que algo no encajaba con su idea del paraíso. Aparecieron ante sus ojos cables, goteros  y monitores, y más camas.
-        Welcome sir.
Fue lo único que entendió de lo que le dijo una sonriente enfermera.
-        Dice que estás mejor,  que te recuperarás, y en pocos días estarás en tu casa.
Continuó explicándole que dos globos aerostáticos en los que sobrevolaban la Capadocia, habían chocado y caído al suelo. Otros pasajeros no habían tenido tanta suerte como ellos, y ahora se encontraban en la sala de urgencias de ese hospital turco.
-        ¿Qué ha pasado con mi mujer?.
Ella bajo la vista al suelo, y le contestó que no había habido más supervivientes. Ahora recuerda el ahogo y la sensación de humedad en su rostro. La caída al infierno.
Todavía estuvieron una semana más en el hospital. Su cuerpo iba mejorando, y su mente  se  iba absorbiendo de ella. Ya cada uno en su habitación, se juntaban para pasear por el pasillo. Al principio fueron las historias de sus vidas, que ambos devoraron, para comprobar que, como en el tango, “veinte años no es nada”. El le contó que el viaje fue el último intento de salvar un matrimonio que ya había naufragado. Ella que la idea de vincularse a alguien le daba miedo. Quizá algún día. Le confesó que en su vida siempre había existido un hilo, invisible, sutil, que le unía a aquel verano del 63.
Cuando recibieron al alta,  decidieron probar. También allí estaba el mediterráneo, el mismo azul. Aquellos días en la goleta fueron mágicos, retornaron a la adolescencia desde la madurez. Estaban en una edad atemporal, lo mejor de cada periodo de la vida. Cada día el  hijo del capitan del barco pescaba para ellos. Los gestos sustituyeron a un idioma, que ninguno de los cuatro pasajeros del barco tenía en común, ni hacía falta. Algunas veces desembarcaban en aquellos pequeños pueblos, donde tomaban retsina, ese vino blanco griego que había absorbido el aroma de los pinos que rozaban el mar.  No hablaban del futuro, sólo había un presente que hasta el último día querían que fuera eterno. En el mismo aeropuerto, cuando se despidieron, pensó que jamás volvería a verla.
-        Nos llamamos.
Desde esas últimas palabras han pasado más de veinte años. Otra vez esa cifra. Desde entonces todo fue a peor. Se vida se hundió en un pozo de amargura en que cada vez era menos lo que le quedaba. Hacía tiempo que estaba sólo, muy sólo en unos días que caían como pesadas losas. Había cambiado varias veces de ciudad, esperando una nueva vida que lo redimiera, y que no acababa de llegar. Y entonces la vio, desde el ventanal del bar donde dejaba que transcurriera la tarde. Los años la habían cambiado, pero como el tiempo debería de pasar por las personas, dando serenidad y sabiduría, aceptando los sinsabores, pero también las experiencias de una vida plena. Si, ese era su aspecto, y cuando se miró en el espejo sólo vió desencanto en su rostro, el rastro de muchas batallas perdidas. Aquella vez no se atrevió a acercarse.
               De eso hace una semana. Siete días de obsesión. La lucha entre el temor y el deseo la ganó el último. El segundo día recompuso lo mejor que pudo los estragos del tiempo. Quedó razonablemente satisfecho con su nueva imagen,  y un rostro que ahora reflejaba emoción. Ese encuentro casual en la calle que buscó después de armarse de valor, fue sólo el inicio. Ella seguía sola y, aunque confusa al inicio, también se dejó llevar por ese mar de sensaciones rescatadas del fondo del baul de su mente. Y es precisamente al mar, para donde juntos emprenden viaje esta mañana. Tiene miedo, ya no hay veinte años más por delante. Pero cree, en el destino, y en las señales. ¿Qué puede ser sino esa gaviota que ha visto esta mañana volando a muchos kilómetros de su playa?.

sábado, 14 de diciembre de 2013

MANDELA Y LA VIOLENCIA


El guardia de seguridad de una de las puertas del Emperors Palace de Johannesburgo estaba feliz, contaba a todo el que quisiera oírlo que su número de trabajador, era el mismo que llevó cuando estuvo preso Nelson Mandela, el 46664. El  trabajo  de Tony, así decía llamarse, consistía en vigilar unos de los  accesos a este casino y emporio del ocio, autodenominado “Las Vegas de África”, el más grande del continente. Johannesburgo pasa por ser una de las ciudades más peligrosas del mundo, y el Complejo Emperors un bunker supervigilado, por lo que Tony no temía quedarse sin trabajo. El riesgo estaba en las calles, y en su barrio/ciudad de Soweto, y las peores horas en madrugada, cuando después del trabajo se dirigía a casa, y merodeaban bandas de atracadores.   Ahora cuando ya había pasado bastantes años del fin del apartheid, vivía en la misma casa,  su familia había crecido, y seguía sin tener dinero, pero se consideraba un hombre libre. Y ello se lo debía a Mandela.

Michael también trabaja en el casino. Es uno de los pocos  recepcionistas blancos que quedan. Ve el futuro con escepticismo, y aunque piensa que el régimen del apartheid era improrrogable,  y contrario a la historia, su situación no ha mejorado. Ahora muchas veces se siente un extraño en su país, y con la discriminación positiva a favor de los negros en marcha, duda cuanto tiempo conservará su puesto de trabajo.

Y es que a  Michael, le gusta la historia. Y en especial la de sus antepasados afrikáners. Siempre con la Biblia y el rifle en la mano, dispuestos a defenderse y atacar cuando era necesario. Su historia está plagada de batallas, luchas contra un entorno hostil, y enemigos que querían ocupar un territorio que consideraban suyo. Cuando finalmente se decretó el fin del apartheid, pensó que la violencia iba a volver a apoderarse de su vida, que debían organizarse los blancos para luchar contra los que no tenían su mismo color. Reconoce que Mandela, evitó un baño de sangre y que, aunque la situación dista de ser la ideal, al menos tienen su acomodo en Sudáfrica, el último sitio de África para  el blanco.

Y es que Mandela, premio nobel de la Paz, no dudó en defender la violencia, como una forma de obtener objetivos políticos. En su famoso alegato de defensa en 1964, ante el Tribunal que lo condenaría a cadena perpetua decía “Llegue a la conclusión de que puesto que la violencia en este país era inevitable, sería poco realista seguir predicando la paz y la no violencia”. Luego matizaba su discurso, en el sentido de que no iba dirigida contra las personas, sino contra intereses económicos. Pero también señalaba que su partido “había pasado medio siglo luchando contra el racismo. Cuando triunfe, no cambiará”.

Lo que realmente ha hecho a Mandela único en el mundo, y objeto de una generalizada admiración, es este mantenimiento de los ideales, y la renuncia a la venganza. Veintisiete años en una prisión, no le dejaron en el alma un poso de amargor, y un deseo de ajustar cuentas con el pasado. Christo Brand fue su carcelero. Lo llamaba Sr. Brand, mientras que esté se dirigía a él simplemente como Nelson. Varios años después de salir de la cárcel, la relación entre ambos continuó. El antiguo carcelero fue invitado a la tercera boda del ahora Presidente del país, respondiendo con una invitación a su conocer a su familia, y cuando uno de sus hijos murió en accidente de tráfico, Mandela acudió personalmente a darle el pésame.

Tampoco es frecuente encontrar un sentimiento de búsqueda de la concordia, como el de Mandela. La película de Clint Eastwood, Invictus, narra la historia de cómo en los Campeonatos del mundo de rugby de 1995 en Sudáfrica el ya presidente de la nación, unió a las comunidades blanca y negra en torno a su selección nacional, hasta ese momento reducto de los blancos del país.

Ahora Sudáfrica se siente huérfana, Tony, Michael, el Sr. Brand han perdido un nexo de unión con la coherencia. Mandela no ha hecho milagros en la vida de ninguno, y su día a día es muy parecido al de hace unos años. Los blancos continúan viviendo en los mejores barrios, y millones de personas de color en los townships, barrios solo para negros. Sigue, y seguirá  habiendo violencia. Pero todos, blancos y negros, saben que dentro del género humano hay personas digna de respeto, y quizá se sientan afortunadas porque una de ellas alguna vez formó parte de sus vidas, e hizo que no entraran en el pozo del odio y la sangre.

 

domingo, 17 de noviembre de 2013

CUANDO LOS DATOS SE RELACIONAN.


Acabamos de registrarnos en un hotel. El recepcionista ha fotocopiado nuestra identificación, y nos ha solicitado un teléfono de contacto. Ya estamos dormidos cuando suena nuestro teléfono movil. Al otro lado, una voz que no conocemos, pero que al parecer lo sabe todo sobre nosotros. A partir de aquí, podemos entrar en una pesadilla. Nos informan de que han secuestrado a un familiar nuestro o, al contrario, informan a un familiar de que nosotros somos los secuestrados. No hacen falta armas, ni tan siquiera presencia física de nuestros captores, sino tan sólo información que nosotros consideremos veraz.

Esto le sucedió al grupo vasco Delorean, en su visita a México. Una llamada, identificándose como Los Zetas (el grupo de narcotraficantes más sanguinario del país), les informa de que va a haber un tiroteo en el hotel, y que no quieren que ellos se vean afectados. A la vez que les piden el número de su teléfono móvil, diciéndoles que no los utilicen bajo ningún concepto, les conminan a que adquieran unos nuevos de prepago con el que se mantendrán el contacto. A partir de aquí se suceden las llamadas a sus familiares solicitando un rescate, la escenificación del maltrato, las amenazas de muerte. Este caso tuvo un final feliz, con la intervención de la policía española.

En la plaza de una ciudad holandesa se instala una carpa. En el exterior una persona invita a quién, de forma gratuita, quiera que un presunto vidente que se encuentra en el interior les prediga el futuro. Como garantía de sus dotes adivinatorias, previamente les dirá algunos datos de su vida. Para ello es requisito que el candidato a utilizar el servicio, les facilite sus datos de identificación, ello tan sólo, manifiesta, para firmar que está conforme en participar en la experiencia. Cuando accede al exterior, el vidente, con largos vestidos blancos, se sienta frente a él, mesa por medio. Y acierta. Van apareciendo caractericticas de sus amigos, desengaños amorosos, proyectos laborales, relaciones clandestinas, incluso los números de su cuenta corriente personal o sus claves de acceso a distintas webs. Cuando el asombro de la “victima” alcanza la incomodidad, se abre el telón. En una oculta sala contigua de la carpa, varias personas bucean detrás de ordenadores.

Los datos de identificación de cada persona, son una fuente inagotable de información. Probemos a colocar nuestro nombre personal en google. En la mayor parte de los casos nos ofrecerá información sobre notificaciones de sanciones de tráfico, asistencia a los actos de un colegio, participación en una competición, y así una casuística ilimitada. Normalmente los primeros lugares vienen copados por empresas que ofrecen información de la persona buscada. Con extrema facilidad aparecerán nuestro domicilio, teléfono. Y, en los frecuentes casos de error, datos que nunca querríamos que vieren otras personas.

Todos nuestros accesos a páginas de internet quedan registrados por el número IP que cada ordenador lleva. La información que enviamos Al ciberespacio, por ejemplo nuestra presencia en las redes sociales, las compras de viajes, reservas de hoteles, jamás se borra. Simplemente queda oculta a nuestros ojos, en una nube cada vez más densa. Los recientes casos de espionaje aparecidos en los medios de comunicación muestran algo más inquietante todavía que la mera vigilancia que se ejerce sobre nosotros, y es la capacidad de procesar y relacionar los datos. Tradicionalmente la información de las personas se depositaba en registros públicos, ayuntamientos o parroquias, pero la capacidad de  relacionarlos y ordenarlos ha sido una labor compleja, y solamente a disposición de muy pocas personas. Hoy esta posibilidad se ha simplificado hasta extremos inquietantes.

El mismo día Juan recibió dos mensajes en su correo electrónico. En uno de ellos, le citaban para tres entrevistas de trabajo, citando el lugar y fecha. Ninguno de los tres era correspondía a su preparación anterior, ni siquiera a actividades que le pudieran resultar atractivas, pero las consecuencias de la inasistencia podían ser graves. En el otro correo, también se le citaba en un hospital. Quedó aterrado al saber que podía ser portador de una enfermedad grave, y ello a pesar de que no había acudido a ningún centro de salud en los últimos años. Al parecer, la parametrización de los datos que había ido plasmando en los últimos tiempos en una web de deportes, sus hábitos de consumo, y otros factores que el escrito no mencionaba, habían desembocado en que se detectara una enfermedad, de la que él no tenía sintomas. Su preocupación alcanzó el máximo, cuando al entrar en el centro comercial, no le apareció la publicidad sobre calzado deportivo y actividades al aire libre, que le asaltaba en los monitores que se iba encontrando a su paso. Ahora, por primera vez recibía publicidad de unas pastillas para la ansiedad y depresión, eso si, sin efectos secundarios.

Esta ficción podría estar presente en un futuro más cercano que lejano. Billones de datos se acumulan en servidores, esperando su procesamiento, de acuerdo a criterios comerciales o de otro tipo. Asistimos hoy a una lucha sin cuartel, entre compañías que quieren explotar estas montañas de información, y asociaciones o entes estatales que intentan proteger al consumidor. Está en juego una parte muy importante de nuestro futuro, no tanto la libertad, que ya en cualquier caso estará condicionada, sino la posibilidad de manipulación de nuestras vidas. Como decía el creador de facebook, Mark Zuckemberg, “si no quieres que se sepa de tu vida, no la subas a internet”.

 

sábado, 28 de septiembre de 2013

Migraciones


El día 27 de agosto el halcón abejero que había sido anillado con el  número 41.504 salió de Alemania. Cuando lleva un mes volando, lo peor del viaje ha pasado. Atrás quedan los días del interminable desierto del Sahara, y ese momento en que tras unos fuertes ruidos algunos de sus compañeros de viaje cayeron al suelo. Tuvo que elevar la altura de vuelo para poder encontrar temperaturas más frías, luchar contra el cansancio, la sed y el hambre. Ahora, aunque aún queda lejos, puede sentir el mar del Golfo de Guinea, donde acabará su viaje.

También el día 27 de agosto, de madrugada, Theodor V., se despedía de la familia, para ir andando al autobús en el que haría los primeros dos mil kilómetros de su viaje a Alemania. Acaba de llamarle desde Berlín su primo Joseph, preocupado por su retraso. Allí, las cosas están complicadas, pero nada que ver con el lugar donde estuvo hace unos días. Por el teléfono móvil, que inexplicablemente aún conserva, le va contando lentamente y sin emoción, a Joseph, su secuestro en Mali. Creyó haber llegado al final, cuando los tuaregs lo amenazaron con matarlo, pues si no poseía nada no les servía. Tuvo que entregar el poco dinero que llevaba, y atravesando el desierto en Argelia vio el infierno. Ahora está escondido en Marruecos, y esta noche intentará saltar la valla en Melilla, primer paso hacia Europa. Por el momento todo es un sueño.

Las migraciones en los animales, no son simples trayectos al azar. Son viajes colectivos que exigen una inquebrantable voluntad, inserta en el instinto y en los genes de la especie. El biólogo Hugh Dingle ha señalado algunas características comunes a todas ellas. Son lineales,  exigen una sobrealimentación previa que compense el fuerte gasto de energía durante el viaje, y sobre todo un inquebrantable deseo de llegar al final. El viajero no se dejará distraer por las tentaciones, ni lo frenarán obstáculos que intimidarían a otros animales. En el horizonte un futuro mejor, que lo justifica.

El halcón abejero número 41.504 siente que descansará más tarde, que se saciará de comer y que después copulará. Ahora sólo repite los mismos movimientos mecánicos, el mismo aleteo  una y otra vez.

Para Theodor V. todo es peor, porque puede pensar. Comparte con el ave el instinto genético que lo lleva a la migración y la firme voluntad de  conseguir un objetivo. Donde otros ya habrían abandonado el sigue. Pero, al contrario del animal, conoce las dificultades y tiene que luchar contra un factor añadido, la desesperanza.  El afán de avanzar de cada día no es ciego, y los recursos que tiene que poner en juego son mucho mayores. Y lo que es peor, su objetivo no es ese paraíso en el que podrá saciar el hambre, reproducirse y criar a su prole, como lo es en el ave. Es algo lleno de incógnitas en las que prefiere no pensar, y concentrarse en la lucha que tendrá esta noche con la policía española.

En el mismo momento que el halcón abejero número 41.504 y Theodor V. intentan acercarse a su destino, millones de grullas se dirigen al ártico, los ñus azules en Tanzania buscan los tiernos prados en la última gran migración terrestre el mundo, y las ballenas azules recorren 8.000 kms. en busca de las cálidas aguas del Golfo de México. Migrar está en el ADN de personas y animales y, algún día, podemos ser nosotros los que lo hagamos.


 

sábado, 21 de septiembre de 2013

De safari con Boris


El apretón de manos de Boris es fuerte, pero no asfixiante, el grado de presión que denota franqueza, sin caer en el exceso de un absurdo ego. Este guía del Parque Kruger en Sudáfrica, con el pasaremos un día de safari, responde a la idea que tenemos forjada del cazador blanco. Alto, compacto de mandíbula cuadrada y firme barriga.

-        Boris es un nombre ruso?, preguntamos para romper el hielo.

-        Alemán, hace varias generaciones que mi familia llegó aquí.

Nos responde, mirándonos con sus  ojos azules. Esa mirada, que no está quieta en ningún momento, es el resultado de sus veinticinco años de guía. Desde el amanecer, conduce a los turistas, intentando  que fotografíen a los esquivos animales de la sabana africana.

-        También llevarás a los cazadores?

-        Ya no, prefiero que los animales sigan vivos.

El Kruger es el mayor parque natural de Africa, con una distancia entre sus extremos de casi cuatrocientos Kilómetros. Nos encontramos en el sur, en la parte arbolada, con arbustos, donde los animales encuentran cobijo, para esconderse, mimetizándose con el entorno, o acechar a sus presas.

Boris ha conducido el todoterreno a lo alto de un monte. Mientras divisamos la inmensa sabana, regresa con una pequeña planta completamente seca.

-        Cuando termine hoy nuestro safari, estará verde.

Ante nuestra incredulidad, la riega con unas gotas de agua mineral, y la guarda en el maletero en una bolsa de plástico.

-        Hoy podremos ver a los cinco grandes?.

-        Este es mi compromiso, aunque no os quedéis sólo en eso, mirad toda la vida, aves, plantas.

Los big five, león, elefante, bufalo, rinoceronte y leopardo, son el mito de todo cazador. Nos son los animales más “grandes”, sino los más peligrosos de cazar, aquellos que no te conceden una segunda oportunidad, que no admiten errores después de atacarlos. El primero en aparecer es el elefante, inmenso, tranquilo, dedicado a deglutir sus doscientos kilos de hierba diaria. Ha arrasado los arbustos y pequeños árboles de su entorno, y continua haciéndolo  con los que están junto al coche, mientras nos observa sin interés. En su lomo unos pajaros blancos, los picotean. Ambos se benefician: mientras unos los desparasitan, los otros les proporcionan alimento. Muy cerca un grupo de rinocerontes. Con voz muy baja, Boris nos enseña montañas de excrementos con los que han limitado su territorio. Ello no los ha librado de ser los más perseguidos de todos por su cuerno, a los que muchos asiáticos atribuyen propiedades curativas y afrodisiacas. La plaga africana del furtivismo se ceba especialmente en este animal, erradicado ya de muchos lugares.

 
De repente detiene el vehículo, saca los prismáticos, y señala a la la lejanía.

-        El leopardo.

 Susurra, aunque es imposible que nos pueda oir a esa distancia. Recostado en una roca, solitario, aparentemente relajado. Bello e inquietante, lejano.

-        Es mi preferido. Cada mañana es una oportunidad que empieza. Es como yo.

La imagen del animal le ha animado a hablarnos de su vida. El coche en el que vamos no es suyo, ni los prismáticos. Sólo le pertenece lo que lleva encima. Y, en cierta medida, la sabana que es su pasión. Le gustan los animales, más que las personas. Le gusta la cerveza, y si alguna vez siente la nostalgia, abre una nueva, y sigue abriendo hasta que desaparece. Entonces cierra los ojos, y ve a su leopardo.

-        Dentro de unos años el país será de los negros, son muchos más que nosotros. Ya ha pasado en Zimbaue.

Sale de su ensoñación, y nos pide silencio, a pesar de ser el único que habla. Detiene el motor, donde una sombra se mueve silenciosamente entre los arbustos.

-        Una leona.

Aparece por el camino, andando perezosamente, le siguen dos leonas más.  Pasan junto al coche, sin importarles nuestra presencia. Una de ellas se detiene y mira hacia atrás, espera al león. Cuando llega a su lado restriega su hocico, contra el lomo del de la cabellera, y ambos siguen juntos.

Emocionados, no dejamos de fotografiarlos, mientras Boris pone el coche en marcha, y los sigue lentamente. La manada continua por el camino, enseñando desdeñosamente el trasero a esos estúpidos e inofensivos humanos, resguardados en sus vehículos. Como llegaron, se internan en el matorral y los perdemos de vista.

Mientras saboreamos el momento, Boris ha detenido a otro coche, y en afrikaner, su lengua natal, le cuenta el hallazgo. Un colega, al que señala donde encontrar los leones.

Absorbiendo las emociones del día, llegamos al bar de Joao. Un portugués, al que la revolución expulsó de Mozanbique. Bromea con Boris, mientras nos prepara una hamburguesa de carne de antílope.

-        Cerveza ahora no, estoy de servicio. Nos dice Boris.

-        Pero sólo por ahora. Aclara riendo Joao.

Antes de despedirnos nos entrega una libretita donde, como otros viajeros escribimos las impresiones del día.

-        Es sólo para el negocio, para enseñarlo a otros viajeros. Las sensaciones las guardo aquí. Dice y se señala la frente, mientras nos decimos adiós con un abrazo.

Hace un buen rato que nos hemos despedido, y hablamos en ese momento de Boris delante de una de esas cervezas que tanto le gustan, cuando lo vemos aparecer a lo lejos. En la mano trae una planta, de un verde brillante.

-        Mirad la transformación. Es la planta seca de esta mañana.

Cuando ya llevaba más de una hora de carretera a su casa, volvió sobre sus pasos. Algo le faltaba al día, mostrar el  milagro de la renovación, el triunfo de la vida.

 

 

 

sábado, 7 de septiembre de 2013

Camino a la Cala de San Pedro


 
A la cala de San Pedro no llegan los coches, si lo hacen  las personas y las sensaciones del mejor mediterráneo. Esta cala almeriense está situada  entre Agua Amarga y Las Negras, de donde salen las únicas sendas por las que se accede. Escogemos la primera de ellas, el camino más duro y la llegada más gratificante.

En estas primeras horas de la mañana el pueblo comienza a despertar, turistas madrugadores que quieren saborear el alba o tomar el primer café entre parroquianos silenciosos. La jornada se presenta calurosa, las rampas iniciales ya las suben algunos bañistas que con neveras y sombrillas acuden a la cercana Cala de Enmedio. El primer alto para ver las decenas de  barcos fondeados en la bahía de Agua Amarga. En un rato habremos llegado a la Cala del Plomo, la más africana. Un camino de tierra con palmeras, antiguos huertos y al fondo el mar, brillando con luz cegadora. Algunas caravanas han pasado allí la noche y sus ocupantes reciben al salir un manotazo de calor y mar, con la banda sonora de las cigarras. La playa lentamente se va empequeñeciendo y el litoral desvelando, según avanzamos en la violenta y árida subida que nos aleja del agua. El sol es el rey, y la temperatura avanza tan lenta y constantemente como nosotros. El sudor que se desprende de todos los poros es la única humedad que se percibe entre tierra  y plantas tan recias como el entorno. Y al fondo el mar, cambiando de color con las horas, brillante,  con matices y tonos en la lejanía. Ese Mediterráneo que ahora nos parece perfecto, pero que ha sido testigo de más derramamiento de sangre y dolor que cualquier otra agua del planeta.
Llevamos rato atravesando sendas solitarias, y  cuando pensábamos en la desidratación, aparece la Cala de San Pedro. Al fondo de un barranco se advierten sus aguas turquesas, la blanca arena de su playa, los restos del Castillo de San Pedro y la vertiginosa senda que desciende. Conforme avanzamos se definen sus ocupantes, personas y construcciones, edificadas con los años, y que hoy ocupan los que pasan aquí largas temporadas. A estos se les distingue con facilidad. Muy bronceados, por este casi sempiterno  sol, a menudo lucen rastas y, de llevar alguna ropa encima esta es ancha, con un inconfundible look años 60 del pasado siglo. La prisa ha desaparecido, los días el sol y el mar, las noches la fogata y la música.
 
Los último pasos en la arena, los primeros en el agua y al sumergirnos es la catarsis. El sudor que nos empapa se diluye en el mar, sentimos el roce del agua en nuestros músculos, en nuestra cara. El agua nos acoge, volvemos al lugar del que nunca debíamos haber salido. Son instantes de plenitud. Alzamos la vista y vemos la senda por la que habremos de retornar. Nos sumergimos una vez. Cuando salimos a la orilla nos sentimos plenos para el regreso. Aunque nuestro cuerpo protesta, rebelándose contra un esfuerzo al que no encuentra sentido, nuestra mente está preparada. El camino a la Cala de San Pedro nos ha conectado con nuestra parte de agua y soledad, con la tierra y el mar.


domingo, 1 de septiembre de 2013

El último dia de las vacaciones


 
Miró el móvil: otra vez las siete de la mañana. Estaba despierto y sin trazas de volverse a dormir. Había desterrado el despertador y el reloj, pero no  el hábito de la hora de ir al trabajo. Seguían todos durmiendo, por lo que intentó ser lo más sigiloso posible. No lo logró. Cada uno de sus movimientos originaba pequeños ruidos, cambios en ese orden del caos que era el apartamento.

-        Sin vacaciones no. En septiembre ya veremos.

Ese había sido el lema, que, como un mantra, se había repetido hasta la saciedad. El resultado fue el alquiler por una semana de este apartamento. Salón y un dormitorio, donde encajaron los cinco miembros de la familia y además, si giraba el cuello por la ventana, a lo lejos, permitía ver el mar.

-        Total, sólo será para dormir. Por la mañana la playa, por la tarde paseo marítimo, cervecitas y buena siesta.

El guión parecía perfecto. Y además se había cumplido. Aunque de los  paseos ya estaba cansado, la playa había sido lo peor. Cada mañana la expedición necesaria para cubrir los quince minutos que separaban el apartamento de la arena, siempre acababa en discusión. Algo que quedaba olvidado, un niño que no había acabado el desayuno, la compra de cada día en el supermecado. Aún era peor al llegar a la playa. Buscar un sitio para la sombrilla, vigilar a los niños, sin olvidar esa cerveza  entre esa masa con olor a crema solar que invadía el chiringuito. Lo mejor esa siesta de dos horas, de la que se levantaba aturdido.

Afortunadamente, pensaba mientras se dirigía de puntillas al servicio, dentro de unas horas dejarían el apartamento. Intentando esquivar unas toallas abandonadas en el suelo, dió una patada al flotador que a su vez acabó golpeando a un niño. Este pensando que había sido su hermano, que dormía en la misma cama, le dio una fuerte patada. De nada sirvieron sus llamadas al orden, para que de pronto se formara una batalla campal, con su mujer gritando a pleno pulmón.

Era la señal que esperaba. El momento de largarse había llegado. A preparar las maletas y olvidar aquel maldito apartamento. Por una vez todos estuvieron de acuerdo. ¿Quién habló de síndrome posvacacional?. Su cuenta en el banco es la que iba a tener síndrome. Ahora había desaparecido el miedo a la caravana de entrada a la ciudad y al primer día de trabajo que, por el momento, todavía tenía. Cuando entregara la llave del apartamento, habría dado el paso para volver a la añorada rutina.

 

martes, 20 de agosto de 2013

UNA NOCHE EN EL AEROPUERTO DE DUBAI.


 
Son las dos de la mañana en el aeropuerto de Dubái, hora punta. El vuelo procedente de Johannesburgo acaba de tomar tierra. La última visión del avión que tiene el pasajero es la de unas bellas, bellísimas, azafatas que lo despiden sonrientes. Después de ocho horas de vuelo, no se ha movido un pelo de su cuidado peinado, y lucen un intenso rojo en los labios. Parecería que han sido puestas aquí en el último momento, contrastando con viajeros pugnando  por salir, como si quedasen en libertad tras un largo encierro.

La efervescencia del aeropuerto empieza en las propias pistas. Un autobús recorre un mar de obras donde se afanan legiones de obreros, y circulan vehículos en todos los sentidos. Por fin se llega a la terminal, nuevo control de equipajes, pasillos, y … comienza el espectáculo. Se accede a lo que parece un centro comercial en hora punta de ventas navideñas. Todas las marcas de lujo conocidas, y algunas que no lo son están allí. Algunas de existencia difícil de entender. La tienda del champagne Moet Chandom, está atendida por cinco dependientes, y ningún cliente. Resulta difícil ver algún comprador en la de Mont Blanc, aunque pasemos varias veces delante. Dos personas atienden una tienda de venta de vinos a 200 dólares la botella, y en otra encontramos teléfonos móviles de más de 40.000 dólares. Estas boutiques especializadas cuentan con un mínimo porcentaje de visitas  de los miles de asistentes del aeropuerto. Su presencia obedece más a motivos de prestigio de marca que a ventas efectivas.

Quedan ahora siete horas para la salida del siguiente vuelo. El aeropuerto también cuenta con Hoteles para estos casos, a 50 dólares …. la hora. Salgamos a ver Dubái. Nos confirman que para los españoles, entre otras nacionalidades el trámite es fácil.  Vamos. Varios pasillos, un tren interior y un mega ascensor después, llegamos a otra gigantesca sala de control de pasaportes, donde la luz y los cientos de personas que allí se encuentran no hace pensar que han pasado las tres de la madrugada. Emirates sigue la filosofía de que el que paga debe tener un trato preferente. Así, la cola de la Clase Bussines está prácticamente vacía, mientras la Economy tiene proporciones alarmantes. A las cuatro de la madrugada, tras un rato sin movimiento de la cola volvemos sobre nuestros pasos. Todo se encuentra abierto y en efervescencia. ¿Café o cerveza?, nos hacemos la pregunta frente al nuevo modelo de alta gama de BMW que se haya expuesto. Hacemos hora paseando, y nos damos cuenta de que son las cinco y media,  definitivamente: café.  El camarero nos acoge amablemente, y media hora después, ya retiradas las tazas, nos ha traído la cuenta. Dólares, euros, moneda local, pueden pagar como quieran con tal de que se larguen. Un grupo de chinos, cámara en ristre claro, se cruzan con dos árabes de túnica impoluta, que al parecer se han levantado para ver sus negocios, y estos con una pareja enfundada en chillonas camisetas recién adquiridas. Y es que han pasado ya de las seis de la madrugada, es hora de buscar la puerta de embarque. Cuando llegamos han empezado los trámites de embarque, a pesar de que falta más de una hora para la salida del vuelo. Otras flamantes azafatas, con moños imposibles y un violento rojo en los labios examinan los pasaportes. Cuando salimos de este ente con vida propia que es el aeropuerto ya ha amanecido, y la temperatura en el exterior debe ser de cuarenta grados. El autobús atraviesa obras, se cruza con trabajadores y vehículos. Los aviones de Emirates se alinean para en breve conquistar el mundo. Al subir al avión tenemos la sensación de haber vivido un espejismo de una pocas horas. Los cuentos de las mil y una noches en versión petrodólares.


 

viernes, 2 de agosto de 2013

AFRICA




Si la vida bulle, es África. Cuando cada día es empezar de cero, es África. Cuando el impala distraído, siente su cuello desgarrado por el gran felino, y se le derrama la vida bajo el inmenso sol de la sabana. Cuando cerca del fuego abrasador, que emana de una conducción de gas, una mujer inundada en sudor calienta su comida, mientras sus harapientos hijos juegan en las tuberías y el padre fuma en la puerta de su casa de plásticos es África.

Casi un millón de personas vive en Kibari, un barrio chabolista cerca de Nairobi. Han emigrado del campo, buscando una vida mejor, como otros millones de animales emigran buscando los tallos tiernos y el agua. Personas y animales compiten por llevarse algo a la boca y, quizá, un poco de placer. El león cazador, saciado de la carne del impala, mira a las hembras de la manada y sus posibles adversarios. Muy cerca, bajo el abrasador calor de un techo de uralita, dos jóvenes apenas salidos de la niñez descubren sus cuerpos. En el éxtasis África es el paraíso. No hay hambre, ni calor, ni moscas, sólo el olor del sexo, y ese otro dulzón cada vez más presente de animales, basura y hierba.

Anochece en el Serengetti, y la vida empieza para muchos animales escondidos durante el día. Oportunidades y peligros, el ciclo de la eterna supervivencia. Los mismos que tendrán esos cuatro amigos que en un siniestro cruce de autopistas de Johannesburgo, esperan al confiado conductor para robarle el coche, y quizá la vida.

Mientras tanto el agua sigue rugiendo como al principio de los tiempos en las Cataratas Victoria, el mar es inmensamente azul en el Índico, y el desierto grandioso en el Sahara. Belleza y suciedad, tristeza y alegría. Hoy es un nuevo día en África.

 

sábado, 27 de julio de 2013

CAOS Y ORDEN



En el principio fue el caos. Todos los planetas, los cometas, el sistema solar nacieron de una nube de polvo y gas. Hicieron falta millones de años para que, lentamente, se fuera delineando como es hoy. Los cráteres de los planetas atestiguan las cicatrices que en ese largo periodo quedaron en la superficie, algunos muy profundos.

Tumbada en la cama su mirada se detuvo en la foto de una nube de fuego que se estrellaba contra el hasta entonces un apacible planeta. El impacto era colosal, y se desprendían partículas en todas direcciones. Al lado, el teléfono móvil emitía con regularidad parpadeos, indicando que un nuevo mensaje había entrado. Ensimismada leía: “El Gran Bombardeo Tardío de la Tierra pudo ser el resultado de una fuerte alteración de las órbitas planetarias que hizo que Neptuno y Urano trastocaran un cinturón de cometas, y Jupiter el cinturón de asteroides”. Mientras miraba el techo, pensaba como se había alterado todo su mundo. La llegada de las vacaciones, y la ruptura con Pedro la mantenían en su casa una semana. Sólo veía un enorme caos en el exterior. Ya nunca podría sentir igual que este primer amor. Su futura entrada en la Universidad le producía vértigo, y sentía como sus hasta ahora amigas en el fondo se alegraban de lo que todo el curso les había producido envidia.

La llamada de su madre a cenar, la hizo volver a las imágenes de la revista. “En los primeros tiempos del sistema solar, Neptuno estaba más cerca del Sol. La potente gravedad del planeta, originaba que los cuerpos que se le aproximaran eran arrojados hacia el Sol o expulsados del Sistema Solar”. En ese maravilloso año que había pasado la unión con Pedro no había tenido fisuras, y ella había sido su Sol, su única atracción. Paro ahora, no se explicaba porque se había trastocado ese orden del Universo, porque esa maldita llamada de él, diciendo que necesitaba tiempo.

Ahora la voz de su madre era más apremiante. Cuando ya cerraba la revista, se detuvo en la foto de un artilugio y leyó: “Los antiguos planetarios de mesa representaban un sistema predecible, donde los planetas giraban eternamente en torno al Sol. Hoy se sabe que la realidad es azarosa, y en millones de años las órbitas podrán llevar a un nuevo caos”.  Ahora lo entendía todo: sólo era situar su sistema de planetas, y mantenerlo en equilibrio. Sin duda habría otro Neptuno, otros planetas menores. Un planetario ordenado. Se dirigió al armario y decidió que esa noche saldría con el vestido rojo, cogió el móvil y llamó.
 

 

viernes, 26 de julio de 2013

Un pleito por la nieve en Sierra Nevada.



Este año las lluvias han sido constantes, las temperaturas se han mantenido frias, y llegado julio aún quedaban neveros en las cumbres de Sierra Nevada. Estas manchas blancas en la sierra, que en el otoño siguiente se unen a las primeras nieves.
 
Durante muchos años traer estas nieves perpetuas a la ciudad fue el oficio de los neveros. Esos hombres que a lomos de sus caballerias en los meses de verano acarreaban la nieve desde la sierra a la ciudad de Granada. La nieve era llevada en serones sobre las mulas, y transportada por la noche para evitar los rigores del calor diurno. El  Camino de los Neveros,  era la ruta por la que transitaba todo el hielo que  consumía en verano la ciudad.
 
Este oficio de nevero tenía su vertiente romántica. Whasington Irving, en los Cuentos de la Alhambra, cuenta su conversación con un granadino:
 
-  Qué luces son aquellas, Mateo, que veo brillar en Sierra Nevada sobre los hielos, que parecerian estrellas si no fuesen rojas y no brillasen sobre la falda de la montaña?.
- Son las hogueras de los neveros que abastecen de hielo a Granada. Suben a la sierra todas las tardes con mulos y pollinos, y mientras unos descansan al calor de las fogatas otros llenan 1os serones de nieve. Después bajan a la sierra y llegan a las puertas de Granada antes de la salida de1 sol. Esa Sierra Nevada es un monte de hielo puesto en medio de la Andalucia para tenerla fresca todo el verano.
 
Pero ese hielo, contra la lógica actual, no era de dominio público. Cada año el Ayuntamiento de Granada concedía su derecho a comercializarlo en exclusiva en la ciudad, mediante una subasta pública. La propiedad de la nieve de los ventisqueros se repartía entre diversos propietarios particulares y los Ayuntamientos de los pueblos limítrofes de Monachil y Dilar. En 1871 el Estado la vendió a perpetuidad a un granadino, por 125.550 pesetas oro, entonces una muy importante cantidad de dinero. La explotación tuvo un punto de inflexión en el año 1922, cuando se instala la primera fábrica de hielo en Granada. Solamente retornaría el comercio del hielo, ya transportado en camiones, en un breve periodo en los años 50 del siglo pasado, debido a las restricciones de electricidad para su fabricación.
 
En 1728 tuvo lugar en Granada un pleito sobre el hielo, que da lugar de la sociedad de la época, y de los privilegios que han gozado algunos estamentos en nuestro país. Como se ha dicho, el Ayuntamiento que explotaba su comercialización, tenía concedidos algunos privilegios. La Corporación municipal, con sus alcaldes, jurados, secretarios, la Inquisición y la Capilla Real, estaban exentos de pagar los impuestos por el hielo, abonando tan sólo el coste del transporte. En ese año, el Cabildo de la Catedral, piensa que también le corresponde aprovecharse de ese privilegio. El Ayuntamiento, considerando que la Iglesia estaba ya bien representada, quita parte de privilegios a  la Capilla Real. Defiende esta su solicitud argumentando, entre otros motivos, que “más que por el moderado precio de la nieve, es por el honor de distinguirse del resto del pueblo … que en esta distinción se funda su mayor autoridad”, y lleva a juicio sus derechos.  El resultado del pleito poco importa ante el hecho de la gran importancia que ostentaba el hielo, y a la triste constatación de los muchos privilegios sin sentido que se han dado en este país.
 

sábado, 6 de julio de 2013

Navegando en aguas tranquilas


 
La  tarde estaba declinando cuando entramos en Campo Grande, el Parque de Valladolid. Como todos los sábados, se juntaban allí madres empujando carritos de niño, parejas de jóvenes iniciando una relación, y ancianos silenciosos cargados de historia. Un pavo real muestra orgulloso su plumaje, mientras la mama pata vigila los primeros pasos en el agua de sus vástagos. En estos primeros días de verano la temperatura es suave, y el interminable y lluvioso invierno sólo es un recuerdo.

Abrimos un helado y nos sentamos frente al estanque. En ese momento “La Paloma” se dispone a zarpar. Es la barca que desde hace muchos años navega en este lago, apenas la mitad de un campo de futbol. Va subiendo el pasaje, en su mayoría niños, algunos acompañados de sus padres. El barquero, un joven provisto de su gorra de capitán, sonríe y los prepara para la aventura que sigue.

Un suave empujón a los remos, y la barca se aleja de la orilla. Nosotros también empezamos con el chocolate de nuestro helado. Nos recreamos en la historia que sabemos está narrando el barquero:

-Este estanque es un mundo mágico. Los pájaros, las tortugas, los patos por la noche se transforman. El pequeño kiosko es un palacio, y todos los animales sus moradores.

Los niños miran ansiosos por la borda, intentando adivinar como puede ser ese cambio. El barquero señala uno a uno a los animales y cuenta como es su otra vida, mientras da en el agua imperceptibles paladas, que hacen que la barca se deslice silenciosa.

Desde nuestro banco, vemos como el barquero se ha levantado y señala la orilla, es la mitad del recorrido y de nuestro helado. Ahora habla de Luis Gallego “El Catarro”, el último de una generación de barqueros, que durante muchos años embrujó a los padres de los niños que hoy navegan.  Su espíritu sigue vivo y, continua el barquero con un susurro:

-Se cuenta, que ayuda a cruzar por las noches el estanque a todas sus criaturas, y aquellos que están en el cielo también vienen a montar en esta barca.

Instintivamente algunos niños miran hacia arriba y, cuando bajan su mirada descubren que el viaje se ha acabado. El barquero ha saltado a tierra, y ayuda a los niños que dejan la barca serios. También nosotros acabamos el helado, y mientras nos alejamos, otros niños esperan su turno para subir a la barca. Ahora apuramos el tiempo para salir de este parque a un mundo frenético.