domingo, 12 de mayo de 2013

Desahucios: cuando el propietario es la víctima






 Es habitual estos días ver en los medios de comunicación desahucios de viviendas propiedad de los  bancos. Son inquilinos que, perdido el trabajo y  carentes de otros recursos, son echados a la calle. Sin duda un drama, en que el poderoso aplasta al débil. Y, aunque suele ser lo habitual, en muchos otros casos, que no aparecen en los medios de comunicación, al que le toca sufrir es al propietario.

Esta semana cuando el cerrajero forzaba la entrada de un céntrico local de Granada ni sus dueños ni la comisión del Juzgado daban crédito a sus ojos. Una batalla parecía haberse librado allí. Esta cafetería bar había sido destrozada a conciencia por sus inquilinos, que se habían dedicado concienzudamente a desmontar el mostrador, arrancar el suelo, la instalación eléctrica y la fontanería. Aún colgaban de las paredes la tabla de precios de las raciones, y el inquilino en lo que parecía una broma macabra había dejado botellas de vino sin abrir. El propietario, mientras esquiva la basura en silencio, mientras su mujer llora sin parar. Ha acabado una pesadilla que ha durado más de un año, en la que el inquilino ha utilizado todos los recursos legales para mantenerse en el local y finalmente arruinarlo.  El cerrajero había asistido el día anterior a lanzamiento de un piso. En la puerta se habían agolpado un grupo de personas para protestar por lo que consideraban un injusto desahucio, y fue necesario que llegara la noche y se dispersara el grupo para que la policía pudiera desalojar a los inquilinos morosos.  La propietaria era una anciana que completaba su raquítica pensión, con las rentas que cobraba de ese piso.

 

 
 
 
Cuando el propietario es la víctima, es una  situación es más frecuente de lo que pueda imaginarse Inquilinos que no pagan y se mantienen largos periodos de tiempo y que acaban destrozándolo todo, y frente a ellos propietarios que no son entidades financieras o grandes corporaciones, sino que dependen de la renta para la propia subsistencia.

La ley concede recursos, obviamente, para solucionar esta problemática, pero son lentos y muchas veces ineficaces. El inquilino incumplidor se transforma en insolvente, por lo que una vez expulsado de la vivienda o local, buscará otra víctima con la que repetir el ciclo, y no pagará lo anterior. Frente a los daños causados a su vivienda o local, el propietario puede presentar denuncia penal, por daños, que se concreta en una multa de seis a veinticuatro meses, de escasa trascendencia frente a un insolvente. Esta situación no cuenta con la alarma social que, justificadamente, envuelve a los desahucios de vivienda, pero para sus afectados en muchos casos los sitúa en un drama que personal, al privarles de su única fuente de ingresos.
 
 
 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Estamos allí


 
Nuestro objeto de deseo era ese monumento y un paseo por la ribera del rio en una tarde soleada.  Teníamos fijo en la mente unas imágenes ideales de los dos, aislados perfectos.  Habíamos Imaginado el monumento en la época que hervía de vida, con caballeros andando por las salas y damas de lánguidos ojos mirando hacia la lejanía desde una pequeña ventana. El paseo por el rio era al atardecer, mientras la brisa soplaba. Allí, pensábamos que no estaríamos solos. Otras personas se encontraban, pero eran parte de nuestro decorado ideal. Jubilados viendo pasar la vida en un banco, una chica paseando distraídamente a su perrito, unos enamorados ajenos al mundo.
 
Ahora hace varias horas que bajamos el vuelo low cost, donde hemos gozado de una consideración cercana a la del ganado. Tras varios enlaces recalamos en el hotel que, aunque no es como aparece en las fotos, al menos nos permitirá descansar. Salimos ilusionados y nos plantamos en el monumento. Allí  vemos que miles de personas han tenido las mismas facilidades para viajar que nosotros.
El monumento responde a  la idea que teníamos de las fotos. Pero el escenario es distinto. De una de sus laterales sale una kilométrica cola y en su fachada principal se agolpan cientos de personas, que lo fotografían sin cesar. Monumento sólo, grupo con fondo de monumento, caras de los del grupo sin monumento. Las casas cercanas al monumento parecen formar parte del escenario de este parque de atracciones, no hay vida, sólo puestos de suvenir en los bajos.
 
Al decaer la tarde llegamos al rio. Tampoco estamos solos, se diría  que ha llegado aquí la muchedumbre del monumento. Este paseo figura en todas las guías de viaje, que aconsejan su visita en estas horas. Intentamos fotografiar el agua y el paseo sin personas, imposible. La magia desaparece, y nos viene a la memoria un embotellamiento de lunes por la mañana.
 
Cuando estamos cerca de descorazonarnos, pensamos que estamos allí. La tarde tiene el color que intuimos, el agua corre mansamente, y es primavera. No estamos solos, pero estamos allí.