sábado, 14 de diciembre de 2013

MANDELA Y LA VIOLENCIA


El guardia de seguridad de una de las puertas del Emperors Palace de Johannesburgo estaba feliz, contaba a todo el que quisiera oírlo que su número de trabajador, era el mismo que llevó cuando estuvo preso Nelson Mandela, el 46664. El  trabajo  de Tony, así decía llamarse, consistía en vigilar unos de los  accesos a este casino y emporio del ocio, autodenominado “Las Vegas de África”, el más grande del continente. Johannesburgo pasa por ser una de las ciudades más peligrosas del mundo, y el Complejo Emperors un bunker supervigilado, por lo que Tony no temía quedarse sin trabajo. El riesgo estaba en las calles, y en su barrio/ciudad de Soweto, y las peores horas en madrugada, cuando después del trabajo se dirigía a casa, y merodeaban bandas de atracadores.   Ahora cuando ya había pasado bastantes años del fin del apartheid, vivía en la misma casa,  su familia había crecido, y seguía sin tener dinero, pero se consideraba un hombre libre. Y ello se lo debía a Mandela.

Michael también trabaja en el casino. Es uno de los pocos  recepcionistas blancos que quedan. Ve el futuro con escepticismo, y aunque piensa que el régimen del apartheid era improrrogable,  y contrario a la historia, su situación no ha mejorado. Ahora muchas veces se siente un extraño en su país, y con la discriminación positiva a favor de los negros en marcha, duda cuanto tiempo conservará su puesto de trabajo.

Y es que a  Michael, le gusta la historia. Y en especial la de sus antepasados afrikáners. Siempre con la Biblia y el rifle en la mano, dispuestos a defenderse y atacar cuando era necesario. Su historia está plagada de batallas, luchas contra un entorno hostil, y enemigos que querían ocupar un territorio que consideraban suyo. Cuando finalmente se decretó el fin del apartheid, pensó que la violencia iba a volver a apoderarse de su vida, que debían organizarse los blancos para luchar contra los que no tenían su mismo color. Reconoce que Mandela, evitó un baño de sangre y que, aunque la situación dista de ser la ideal, al menos tienen su acomodo en Sudáfrica, el último sitio de África para  el blanco.

Y es que Mandela, premio nobel de la Paz, no dudó en defender la violencia, como una forma de obtener objetivos políticos. En su famoso alegato de defensa en 1964, ante el Tribunal que lo condenaría a cadena perpetua decía “Llegue a la conclusión de que puesto que la violencia en este país era inevitable, sería poco realista seguir predicando la paz y la no violencia”. Luego matizaba su discurso, en el sentido de que no iba dirigida contra las personas, sino contra intereses económicos. Pero también señalaba que su partido “había pasado medio siglo luchando contra el racismo. Cuando triunfe, no cambiará”.

Lo que realmente ha hecho a Mandela único en el mundo, y objeto de una generalizada admiración, es este mantenimiento de los ideales, y la renuncia a la venganza. Veintisiete años en una prisión, no le dejaron en el alma un poso de amargor, y un deseo de ajustar cuentas con el pasado. Christo Brand fue su carcelero. Lo llamaba Sr. Brand, mientras que esté se dirigía a él simplemente como Nelson. Varios años después de salir de la cárcel, la relación entre ambos continuó. El antiguo carcelero fue invitado a la tercera boda del ahora Presidente del país, respondiendo con una invitación a su conocer a su familia, y cuando uno de sus hijos murió en accidente de tráfico, Mandela acudió personalmente a darle el pésame.

Tampoco es frecuente encontrar un sentimiento de búsqueda de la concordia, como el de Mandela. La película de Clint Eastwood, Invictus, narra la historia de cómo en los Campeonatos del mundo de rugby de 1995 en Sudáfrica el ya presidente de la nación, unió a las comunidades blanca y negra en torno a su selección nacional, hasta ese momento reducto de los blancos del país.

Ahora Sudáfrica se siente huérfana, Tony, Michael, el Sr. Brand han perdido un nexo de unión con la coherencia. Mandela no ha hecho milagros en la vida de ninguno, y su día a día es muy parecido al de hace unos años. Los blancos continúan viviendo en los mejores barrios, y millones de personas de color en los townships, barrios solo para negros. Sigue, y seguirá  habiendo violencia. Pero todos, blancos y negros, saben que dentro del género humano hay personas digna de respeto, y quizá se sientan afortunadas porque una de ellas alguna vez formó parte de sus vidas, e hizo que no entraran en el pozo del odio y la sangre.

 

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