martes, 29 de enero de 2013

Julio Verne y Pedro Ros

Julio Verne no estuvo nuca en Tombuctou, ni en muchos otros sitios que su mente recorrió. Así describe, en Cinco semanas en Globo, la  llegada de los viajeros a la ciudad  "dos horas después la reina del desierto, la misteriosa Tombuctú, que tuvo, como Atenas y Roma, sus escuelas de sabios y sus cátedras de filosofía, se des­plegó bajo las miradas de los viajeros".
 
Durante siglos esta ciudad se negó a las miradas occidentales. El imaginario colectivo la situo en el terreno de los mitos y la aventura. Las caravanas arribaban desde puntos lejanos tras atravesar un infernal desierto.  La Unesco la declaró patrimonio de la humanidad.
 
Hoy las tropas francesas han reconquistado la ciudad. Las milicias islámistas  han huido, no sin antes haber sembrado el terror,  provocando miles de desplazados,  han destruido una biblioteca con miles de textos, algunos preislamicos.
 
Muchos, como Verne, imaginaron Tombuctou. Unos pocos lograron visitarla, y regresar a sus hogares. Menos aún consiguieron residir allí. La mayoría salieron de la zona, cuando el fanatismo amenazó sus vidas.
 
Pedro Ros no ha sido uno de ellos. Este economista barcelones de 77 años, hace seis que inció una nueva vida. Se instaló en Segou, muy cerca de Tombuctou, se casó y tiene un niño de dos años. Y todo el tiempo del mundo. Ahora es el único blanco de la zona. Cuando la embajada le conmina a marcharse, el responde que en algún sitio hay que morir. Julio Verne y Pedro Ros, dos formas de realizar sueños.

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