jueves, 14 de marzo de 2013

La burbuja de la multitud

 
Una monja muy joven mira con cara embelesada al balcón. Tras el cortinaje rojo, los visillos aún están cerrados, pero acaba de encenderse la luz de la estancia. A su alrededor miles de personas charlan animadamente, ríen, y algunos gritan o también miran extasiados. La monja que, considera estar viviendo un momento histórico, también está feliz por formar parte de este inmenso gentío que mira en una sola dirección. Aunque soporta el frio y la lluvia para asistir al nombramiento de un nuevo Papa, difícilmente cabe imaginarla en la inmensa Plaza de San Pedro del Vaticano vacía.

Camp Nou, instantes previos del Barcelona Milán. Ocho meses sin trabajo no han impedido que esta víctima de un ERE se encuentre desde hace una hora en el abarrotado estadio. En la radio que tiene pegada al oído, suena la llamada a la gesta de una remontada, y no ha querido perderse esta ocasión histórica. Se produce el éxtasis al saltar los primeros jugadores al terreno. Todos se levantan, himno y gritos se apoderan del ambiente. Apaga la radio, y siente como todo ello fluye dentro de él. Si le ofrecieran ser el único espectador del partido a puerta cerrada, no dudaría en verlo desde el televisor de casa.

Ocho de la tarde, en el salón del hotel alquilado por la formación política ya no cabe un alfiler. Dentro de unos minutos hablará el presidente, y la expectación es máxima. Este alcalde de pueblo pequeño ha acudido al acto acompañado de su cuñado, también militante que ha pedido la tarde libre en el trabajo. Ahora está arropado en esta burbuja de multitud. Cuando acabe el acto, y salga a la calle, no habrán desaparecido las críticas que viene recibiendo, ni la falta de dinero ni la amenaza cada vez más cercana de ser acusado de corrupción, pero ahora no. Necesita el bienestar que le proporcionan estos actos, aunque como cuando acude al spa, desaparezca en poco tiempo.

Grandes o pequeños espacios, política, deporte, religión, cualquier excusa vale para introducirnos en la burbuja de la multitud. Durante un rato los problemas quedan aparcados en estas gigantescas terapias de grupo. Ya decía Aristóteles que somos más sociales que las abejas, y hacemos antes la ciudad que nuestra casa, o sea que para aislarnos nos metemos en una burbuja llena de semejantes, y ahí somos felices.

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