sábado, 21 de septiembre de 2013

De safari con Boris


El apretón de manos de Boris es fuerte, pero no asfixiante, el grado de presión que denota franqueza, sin caer en el exceso de un absurdo ego. Este guía del Parque Kruger en Sudáfrica, con el pasaremos un día de safari, responde a la idea que tenemos forjada del cazador blanco. Alto, compacto de mandíbula cuadrada y firme barriga.

-        Boris es un nombre ruso?, preguntamos para romper el hielo.

-        Alemán, hace varias generaciones que mi familia llegó aquí.

Nos responde, mirándonos con sus  ojos azules. Esa mirada, que no está quieta en ningún momento, es el resultado de sus veinticinco años de guía. Desde el amanecer, conduce a los turistas, intentando  que fotografíen a los esquivos animales de la sabana africana.

-        También llevarás a los cazadores?

-        Ya no, prefiero que los animales sigan vivos.

El Kruger es el mayor parque natural de Africa, con una distancia entre sus extremos de casi cuatrocientos Kilómetros. Nos encontramos en el sur, en la parte arbolada, con arbustos, donde los animales encuentran cobijo, para esconderse, mimetizándose con el entorno, o acechar a sus presas.

Boris ha conducido el todoterreno a lo alto de un monte. Mientras divisamos la inmensa sabana, regresa con una pequeña planta completamente seca.

-        Cuando termine hoy nuestro safari, estará verde.

Ante nuestra incredulidad, la riega con unas gotas de agua mineral, y la guarda en el maletero en una bolsa de plástico.

-        Hoy podremos ver a los cinco grandes?.

-        Este es mi compromiso, aunque no os quedéis sólo en eso, mirad toda la vida, aves, plantas.

Los big five, león, elefante, bufalo, rinoceronte y leopardo, son el mito de todo cazador. Nos son los animales más “grandes”, sino los más peligrosos de cazar, aquellos que no te conceden una segunda oportunidad, que no admiten errores después de atacarlos. El primero en aparecer es el elefante, inmenso, tranquilo, dedicado a deglutir sus doscientos kilos de hierba diaria. Ha arrasado los arbustos y pequeños árboles de su entorno, y continua haciéndolo  con los que están junto al coche, mientras nos observa sin interés. En su lomo unos pajaros blancos, los picotean. Ambos se benefician: mientras unos los desparasitan, los otros les proporcionan alimento. Muy cerca un grupo de rinocerontes. Con voz muy baja, Boris nos enseña montañas de excrementos con los que han limitado su territorio. Ello no los ha librado de ser los más perseguidos de todos por su cuerno, a los que muchos asiáticos atribuyen propiedades curativas y afrodisiacas. La plaga africana del furtivismo se ceba especialmente en este animal, erradicado ya de muchos lugares.

 
De repente detiene el vehículo, saca los prismáticos, y señala a la la lejanía.

-        El leopardo.

 Susurra, aunque es imposible que nos pueda oir a esa distancia. Recostado en una roca, solitario, aparentemente relajado. Bello e inquietante, lejano.

-        Es mi preferido. Cada mañana es una oportunidad que empieza. Es como yo.

La imagen del animal le ha animado a hablarnos de su vida. El coche en el que vamos no es suyo, ni los prismáticos. Sólo le pertenece lo que lleva encima. Y, en cierta medida, la sabana que es su pasión. Le gustan los animales, más que las personas. Le gusta la cerveza, y si alguna vez siente la nostalgia, abre una nueva, y sigue abriendo hasta que desaparece. Entonces cierra los ojos, y ve a su leopardo.

-        Dentro de unos años el país será de los negros, son muchos más que nosotros. Ya ha pasado en Zimbaue.

Sale de su ensoñación, y nos pide silencio, a pesar de ser el único que habla. Detiene el motor, donde una sombra se mueve silenciosamente entre los arbustos.

-        Una leona.

Aparece por el camino, andando perezosamente, le siguen dos leonas más.  Pasan junto al coche, sin importarles nuestra presencia. Una de ellas se detiene y mira hacia atrás, espera al león. Cuando llega a su lado restriega su hocico, contra el lomo del de la cabellera, y ambos siguen juntos.

Emocionados, no dejamos de fotografiarlos, mientras Boris pone el coche en marcha, y los sigue lentamente. La manada continua por el camino, enseñando desdeñosamente el trasero a esos estúpidos e inofensivos humanos, resguardados en sus vehículos. Como llegaron, se internan en el matorral y los perdemos de vista.

Mientras saboreamos el momento, Boris ha detenido a otro coche, y en afrikaner, su lengua natal, le cuenta el hallazgo. Un colega, al que señala donde encontrar los leones.

Absorbiendo las emociones del día, llegamos al bar de Joao. Un portugués, al que la revolución expulsó de Mozanbique. Bromea con Boris, mientras nos prepara una hamburguesa de carne de antílope.

-        Cerveza ahora no, estoy de servicio. Nos dice Boris.

-        Pero sólo por ahora. Aclara riendo Joao.

Antes de despedirnos nos entrega una libretita donde, como otros viajeros escribimos las impresiones del día.

-        Es sólo para el negocio, para enseñarlo a otros viajeros. Las sensaciones las guardo aquí. Dice y se señala la frente, mientras nos decimos adiós con un abrazo.

Hace un buen rato que nos hemos despedido, y hablamos en ese momento de Boris delante de una de esas cervezas que tanto le gustan, cuando lo vemos aparecer a lo lejos. En la mano trae una planta, de un verde brillante.

-        Mirad la transformación. Es la planta seca de esta mañana.

Cuando ya llevaba más de una hora de carretera a su casa, volvió sobre sus pasos. Algo le faltaba al día, mostrar el  milagro de la renovación, el triunfo de la vida.

 

 

 

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