viernes, 12 de abril de 2013

Invisibles


La sala de conferencias estaba a rebosar. Nadie reparo en los fotógrafos que se interponen entre el orador y el público, actúan con movimientos rápidos, arrastrando sus cámaras y bolsas con objetivos. Pasados unos minutos la mayoría de ellos se marcha, sólo él queda durante toda el acto, es  el fotógrafo oficial. En una esquina, mira el móvil sin atender. Comienza a andar y tropieza, pero nadie repara en él, es invisible.

Hace ya un tiempo que se encuentra entre sorprendida y ligeramente molesta. Antes cuando paseaba por la calle todos la miraban. La cabeza alta, el andar decidido y una cierta sensación de actuar le proporcionaba satisfacción. A esta mujer, hoy de mediana edad, le bastaba con ropa barata y ceñida, pelo largo y  descuidado y exagerada pintura en los ojos, para que los hombres giraran la cabeza. Ahora, piensa mientras regresa de la compra, es distinto, ropa cuidadosamente elegida, y largos preparativos delante del espejo no son suficientes. Se ha vuelto invisible. Invisible a las miradas de deseo que despertaba.

Esta pareja se cruza en el pasillo de la casa sin verse. Se turna en el baño mecánicamente. Se despide cada mañana, sin mirarse, con un ¡hasta luego¡. Por la noche, sentados cada uno en su sillón, no existe nada fuera de la televisión. En las noticias algún comentario, más bien reflexión en voz alta, que no es respondido. Viven juntos, pero se han vuelto invisibles el uno para el otro.

 
Hoy, todas las cadenas repiten una y otra vez las imágenes de ese fotógrafo invisible que ha tropezado y caído sobre el orador arrastrándolo. Ha sido su minuto de gloria, después de tantos años de anónima profesión. Al volver a casa, su invisible mujer, recién llegada del supermercado, lo ha mirado a los ojos y ambos, como hacía mucho tiempo, se han visto. Por la noche han vuelto a ver las imágenes entre risas. Antes de dormirse han hecho el amor.

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