martes, 26 de febrero de 2013

La manzana podrida

 
Ellos lo llamaban "conciencia social". Los tres se conocieron en aquel comedor,  al que acudían todos los sábados por la tarde, cuando aún no habían cumplido los dieciocho años. Entonces repartian manzanas a unos pocos mendigos, los de toda la vida, y algunos desconcertados inmigrantes recién llegados al nuevo "el dorado" en que se había convertido el país.
Perdieron el contacto con el fin de los estudios, el inicio del trabajo, y los frenéticos años siguientes. Al parecer "España iba bien", y ellos también, la "conciencia social" quedó aparcada en el garaje de su unifamiliar junto al coche alemán. Esto cambió en los últimos meses. Resultaba imposible asistir al bombardeo diario de la televisión sin intentar hacer algo.
Hoy  los tres aparecen en los medios de comunicación. Los mismos, con las arrugas de los años, el escepticismo y la fatiga en la mirada. El primero de ellos preside un banco de alimentos, aparece en la fotografía del diario sonriente junto a sus colaboradores, rodeado de cajas y paquetes. Al segundo se le ve con las facciones desencajadas, gritando a la policía, entre periodistas y vecinos que intentan evitar el desahucio de una angustiada anciana. Al tercero también va con la policía, pero delante y esposado, sale del registro de su oficina, tras descubrirse que hacía suyas las subvenciones para indigentes que gestionaba. La manzana podrida.
 


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